Crítica a El ejército de Dios

Analizamos la historia del padre Armas publicada por Acción Cómics que, entre otras cosas, nos lleva a reflexionar sobre el dibujo digital.

Escrito por Orin

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La obra de Claudio Álvarez y el equipo creativo que la materializa, nos ofrece dos maneras de abordar el desafío de narrar a través del lenguaje del cómic. Con sus dos entregas, El ejército de Dios pone de relieve la importancia del diálogo fluido entre texto y dibujo.

Un diálogo que en este medio opera como una codependencia, que incluso se sostiene en una relación de mutua confianza respecto de cuánto cede un lenguaje al otro en pos del relato. Esta complicidad narrativa, no obstante, puede fracturarse y afectar a toda la obra.

Las dos partes que conforman El ejército de Dios ya fueron reseñadas en este sitio, por lo que en esta nota nos esforzaremos en analizar los caminos que cada una tomó para construir la leyenda del padre Armas.

El fantasma del manierismo

Todos sabemos que, en lo que respecta a la historieta, el color es un momento terciario en la producción de una viñeta. Al dibujo en grafito le sigue el entintado, la mayor de las veces realizado por un ilustrador distinto del dibujante, y en la fase final se incorporan los planos de color, hoy de manera digital y nuevamente de la mano de otro artista.

Pero lo cierto es que ya con el entintado el resultado gráfico funciona de manera autónoma, al punto de incluso de prescindir del color. Dicho resultado, además de relevar el carácter eminentemente dibujístico del cómic, nos recuerda que este arte desarrolló su lenguaje propio a partir de la traducción lineal, bidimensional y monocroma de la realidad tridimensional y policroma.

Lo anterior, por cierto, propone a la historieta como heredera del arte del grabado, técnica artesanal para la reproducción de imágenes que, mediante procedimientos como la xilografía y el grabado en metal, divulgó por el mundo la estética gráfica gracias a la industria editorial.

Gustave Doré, Lucifer, rey del Infierno (La Divina Comedia), 1861-1868, grabado.

Sin embargo hoy, digamos desde lo que va de este siglo, aquella tradición procedimental y estética está siendo trastocada, y El ejército de Dios da cuenta de ello.

Si bien el argumento es atractivo y, guardando las proporciones, es posible ligar al padre Armas con sacerdotes que durante la dictadura de Pinochet apoyaron las manifestaciones populares y se alzaron por la defensa de los Derechos Humanos –como los padres André Jarlán y Pierre Dubois–, no obstante el apartado gráfico adolece de ciertos manierismos.

En la primera entrega, el arte digital de Ximena Rodríguez intenta valerse del alto contraste para emular el lenguaje gráfico tradicional del cómic, sin embargo se queda en el intento. Casi carente de mediastintas, su dibujo propone sombras intensas que responden a una arbitraria iluminación, las que muchas veces desarticulan las figuras de una débil estructura anatómica.

Esta interpretación errada del lenguaje gráfico –que confunde narración mediante distinción tonal con alto contraste–, deja al dibujo en estado expectante. ¿Y qué espera? Pues, al color.

Es con el colorido que el arte de Rodríguez se vuelve expresivo; es gracias al color que las arbitrarias penumbras, que modulan los igualmente arbitrarios pliegues de la ropa, adquieren real sentido y significado. –Si no están convencidos, revisen su obra Atómica–.

Por su parte, Danny Jiménez, en la segunda entrega, construye un lenguaje propio y auténtico a través de la mixtura del dibujo manual y el digital, que no esconde sus ambiciones por asemejar un arte de factura más tradicional.

Lo anterior quiere decir que permite a la escala de grises y a los elementos gráficos generados por el achurado y las manchas de tinta, narrar de manera independiente del color. Pero su lenguaje no se mantiene homogéneo a lo largo de la obra.

Hace aparecer personajes y motivos tratados digitalmente carentes de la valorización tonal con la que trata a la mayoría de las viñetas, los que interrumpen la lectura de tanto en tanto.

¿Será acaso que el problema se halla en el dibujo digital?

El cómic y el dibujo digital: un problema a resolver

El ejército de Dios es una obra que satisface con creces las ansias de hallar un vigilante nacional. No obstante, faltan todavía varias aventuras más para saber si el padre Armas tiene alguna opción de erigirse como un personaje con el carisma, la impronta y la trascendencia que tuvo, por ejemplo, Diablo en la década de los noventa.

Acción Cómics, en ese sentido, lo viene haciendo bastante bien. Sin embargo, no podemos dejar de plantear la inquietud respecto de la dependencia al dibujo digital que están mostrando las y los dibujantes, tanto locales como internacionales.

No se trata de estar en contra de dicho medio artístico, sino que es necesario pensar cómo se está utilizando y, más aún, cómo se está entendiendo.

Como hemos tratado de evidenciar aquí, en la medida en que el dibujo digital intente replicar las maneras del dibujo tradicional, será susceptible de caer en manierismos poco útiles a la narración. Por tanto, ¿será que la clave radica en dejar de tomar al cómic de antaño como referencia?

Si el dibujo digital se está volviendo dependiente del color –algo que ocurre por sobre todo en las grandes editoriales norteamericanas; para muestra un horripilante botón–, invirtiendo así el paradigma tradicional –o sea, poniendo al dibujo como el momento terciario–, entonces las referencias deberían tomarse desde otros imaginarios visuales.

El color es al cine, a la televisión, a los videojuegos, a la animación y, obviamente, a la pintura. Aun a costa de que el lenguaje de la historieta cambie, aquellos deberían ser los referentes del dibujo digital. –En este sentido, el artista croata Stjepan Sejic es un caso a considerar–.