Crítica a El último detective parte I, una historia cohibida

Analizamos El último detective de Claudio Álvarez y Geraldo Borges, una obra con dificultades para presentar un héroe memorable

Escrito por Orin

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Si naciste en las décadas de los 70 o de los 80 del siglo pasado, lo más probable es que en tu imaginario se aloje un estereotipo de héroe masculino de características bien definidas y que, a grandes rasgos, responde al epíteto de lone wolf. Personajes enfadados con la vida, que suelen ser muy buenos resolviendo problemas que requieren de acción y violencia, pero que actúan solos, siempre solos.

La búsqueda de la soledad, la desconfianza frente a otros(as) y el desencanto ante la vida, por lo general no son fruto del capricho sino que surgen como consecuencia de un pasado traumático. Es decir, bajo la rudeza se esconde el dolor, la pérdida y la incapacidad de volver a confiar en normas que rigen la vida cotidiana. El trasfondo crudo e inenarrable pone en evidencia a la hosquedad como una careta, como un mecanismo de autorresguardo ante las cicatrices del trauma.

Co Bao: Why did they pick you? Because you like to fight?

Rambo: I’m expendable.

Co Bao: What mean expendable?

Rambo: It’s like someone invites you to a party and you don’t show up. It doesn’t really matter.


Rambo: First Blood part II, 1985

Por supuesto, nos referimos al repertorio de personajes ochenteros interpretados por Sylvester Stallone, Arnold Schwarzenegger, Jean-Claude Van Damme, Dolph Lundgren, Bruce Willis, entre tantos otros; pero también a los protagonistas de cómics desarrollados durante la misma década y definidos por el término grim and gritty (sombrío y áspero), como The Punisher, el Batman de Frank Miller, etc. Todos aquellos a los que basta escarbar sólo un poco en su psique para develar su verdadera naturaleza.

Por cierto, en la actualidad, esta clase de héroe ya no va más. Criticados por representar los vicios de una “masculinidad tóxica”, los personajes tipo The Expendables (los prescindibles) ya no son un producto consumible por las nuevas generaciones. Con todo y sin embargo, para los treintones y cuarentones estos personajes no son tan prescindibles; es más, los conocemos bien, sabemos reconocerlos y apreciarlos.

The Expendables (los prescindibles)

Es por lo anterior que somos capaces de afirmar que el agente Joe Santos, protagonista del cómic El último detective, defrauda en el rol lone wolf. En las siguientes líneas argumentaremos los porqués, a la vez que analizaremos la obra.

Una buena premisa y un arte sólido

Publicado en enero de 2020 por la editorial Acción Cómics, El último detective es la obra del guionista chileno Claudio Álvarez, los artistas brasileros Geraldo Borges y Arthur Hesli en dibujo y color, respectivamente, y Maycols Alfaro en el rotulado. La historia narra el indeseado retorno del detective Joe Santos a la policía de Nueva Amazonía, forzado por la aparición de una mortal droga en las calles de la ciudad.

Santos lleva 20 años prófugo de la justicia, autoexiliado en la selva tratando de expiar las culpas del pasado. Su consciencia carga con la muerte de su compañera, la amputación de sus extremidades y el deshonroso término de su carrera tras su fracaso dirigiendo el operativo que pretendía capturar al criminal conocido como Black Joao.

Estos sucesos están ambientados en un contexto retrofuturista y sociopolítico utópico para la actual Latinoamérica, pues los países de esta sección del continente se han unificado para conformar Nueva Amazonía, sólo con la resistencia de Wallmapu, la Nación Mapuche independiente con capital en Temuco. El nuevo orden geopolítico está enriquecido con una estética dieselpunk, que permite poner a El último detective en la constelación de piezas representantes de dicha estética.

Estos aciertos del argumento son desarrollados visualmente por el equipo de artistas brasilero que, por sobre sus destacables particularidades, articulan una narración atractiva, inteligente e intuitiva, posicionando a la obra a la par de producciones estadounidenses. Lo que es reforzado por un cuidado altamente profesional en la edición, en términos materiales y gráficos.

En específico, el arte de Geraldo Borges presenta una solidez estructural tanto en la composición de las figuras, los fondos y su articulación en cada plano. No obstante, la ausencia de una valoración más versátil de la línea genera cierto ruido; sin embargo, la dureza del trazo es compensado con el espectacular coloreado de Arthur Hesli, que vehiculiza la luz a través de una paleta cromática controlada y que dramatiza de forma inmejorable cada escena.

Ahora bien, si en términos formales el arte de El último detective es admirable, en el apartado conceptual no lo es. Para ser más precisos, el diseño de personajes deja bastante que desear. Desde unidades autómatas que no son más que maniquíes con ruedas, hasta un protagonista carente de atractivo visual y carisma, la obra comienza a desfallecer.

En un comienzo nos muestran a un Joe Santos con un llamativo diseño que recuerda a Assassin’s Creed, provisto de una capucha que sugiere misterio e intriga, para luego desenmascararlo y dar paso a un “paco”… Sí, a un burdo paco, a un personaje sacado del prototipo más genérico de la infame institución de Carabineros de Chile. ¿En serio? ¿Santos no pudo tener un rasgo fisonómico que al menos lo distinguiera de tan grosero referente?

Una historia que se vislumbra como pendiente

En el mejor de los casos, el infame diseño del último detective podemos entenderlo como un ejercicio de verosimilitud, como un intento de aterrizar a las y los lectores a un mundo en que los agentes policiales no llevan barba de tres días ni gafas de sol mientras realizan un operativo. –Lo lamento, Cobra, ya no estás de moda–. El problema es que, insistimos, la historia de Santos rememora a nuestros héroes badasses ochenteros y, guste o no, hoy por hoy nosotros los treintones somos el público objetivo del cómic chileno.

Pero más allá de eso, lo lamentable es que el proyecto de El último detective no consideró ahondar en ese talante psicológico que definimos como fundamental de un expendable; ese aspecto que permite desvelar el sustrato humano y sensible tras la rudeza, y que expone las razones de su oscuridad aparente.

Nos anticipamos y vaticinamos que aquello no será desarrollado y no arbitrariamente, sino en consideración de la extensión de la historia: en esta crítica estamos analizando la parte uno de dos capítulos. Todo apunta a que la segunda entrega se centrará en el enfrentamiento con el némesis Black Joao o quien esté detrás de todo esto, es decir, otro personaje del que apenas sabemos el nombre.

El último detective ostenta un guión interesante y coherente, un arte de altísimo nivel y una producción envidiable a nivel local. Sin embargo, es un proyecto mezquino en extensión, en desarrollo de personajes y trama, que pierde el foco respecto de qué es lo importante narrar para construir a un héroe memorable.

Si bien el recurso a los artículos de prensa como elemento contextualizador es un aciertoWatchmen ya nos lo enseñó–, pero encargarle la entrega de los antecedentes traumáticos del protagonista, no lo es. Es necesario que el cómic chileno se proponga proyectos extensos, de largo aliento, donde se pueda desarrollar con el detenimiento necesario a cada aspecto de la historia que se quiere contar. La mezquindad nunca será el camino.

Aún está pendiente la segunda entrega… Esperemos que todo lo reflexionado por este humilde servidor sea contradicho por una publicación contundente.