Crítica a la novela gráfica Los fantasmas de Pinochet

Analizamos lo bueno y lo no tan bueno de la más reciente obra de Francisco Ortega y Félix Vega: Los fantasmas de Pinochet

Escrito por Orin

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En los, a veces, extravagantes tiempos actuales, no es raro toparse con alguien compartiendo la célebre declaración de Alan Moore respecto a las conspiraciones. Parafraseando, el escritor británico opina que creer en ellas es reconfortante ante la cruda realidad caótica del mundo.

Uno de los compatriotas que compartió la sentencia de Moore en Twitter, allá por el año 2018, fue el escritor Francisco Ortega, coautor de la obra que nos convoca. ¿Habrá sido consciente Ortega de que la historia que estaba gestando junto al artista Félix Vega, contradecía en cierta medida las palabras de Moore?

Puesto que en este sitio ya se publicó una muy buena y precisa reseña, el objetivo de este artículo es brindar un análisis a la obra, una perspectiva que abra preguntas respecto de los aciertos y desaciertos de la propuesta artístico-crítica que ofrece la novela gráfica Los fantasmas de Pinochet.

El siempre riesgoso arte de mitificar

El trabajo de la dupla Ortega-Vega es espléndido y necesario en muchos sentidos. Porque es el resultado de años de investigación documental y visual que, aunque susceptible de ser falseada, viene a completar vacíos históricos y a proponer hipótesis respecto de la realidad más íntima de las tramas de poder que sostuvieron a la dictadura cívico militar chilena.

Porque, al surgir de una metodología investigativa, permite a la novela gráfica erigirse como documento interpretativo de la historia reciente de Chile. Una propuesta de estas características no hace otra cosa que potenciar aún más al género de la historieta y, por supuesto, al artista que lo materializó visualmente.

A propósito, porque viene a reafirmar la capacidad de Félix Vega para concretar los más variados proyectos, y salir airoso en un género distinto de su querida fantasía. En Los fantasmas de Pinochet atestiguamos todo el talento del dibujante para transmitir las más diversas pasiones del alma a través del retrato.

Y porque el guion de Francisco Ortega plantea una estructura narrativa fragmentaria inmejorablemente acorde al tema tratado. En la obra asistimos a los últimos días del dictador, a un presente que se funde con el pasado, a una realidad que se vuelve indistinguible entre sus recuerdos y su fantasiosa interpretación de éstos.

La escritura fragmentaria de Ortega sintoniza con las posibilidades fantásticas del proceder pictórico de Vega, confiriendo un carácter onírico a la obra. Y, a su vez, el tono surreal permite a Los fantasmas de Pinochet alejarse de cualquier intento de inteligibilidad histórica para, por el contrario, abrirse a múltiples sentidos interpretativos.

Guardando las proporciones –principalmente en relación al dignidad de los protagonistas–, Los fantasmas de Pinochet se puede asemejar al ejercicio narrativo de la película The Father (Florian Zeller, 2020), donde la historia se articula desde el montaje de las, muchas veces, inconexas percepciones y recuerdos de un hombre afectado por la demencia senil.

Sin embargo, mientras en la película protagonizada por Anthony Hopkins la fragmentación está hecha de la más triste realidad, en el cómic de los chilenos se añaden elementos fantásticos que tiñen al relato de mitología. Y esto es algo cuestionable.

Desde nuestro punto de vista, la opción de incorporar diversas manifestaciones fantasmales-demoníacas, encarnadas por Bernardo O’Higgins, el Tío Sam y El dientes de oro, vienen a crear una suerte de conexión mítica entre el genocida Augusto Pinochet y las leyendas chilenas. Lo que, a su vez, propone una interpretación trascendente para la infamia del dictador.

Si, en palabras de Francisco Ortega, el objetivo era “transformar a Pinochet en un personaje de ficción, en una figura de la mitología oscura de Chile”, ¿no bastaba acaso con retratar la más pura y vil humanidad de Pinochet, aquella que no necesita de “fantasma de la Navidad pasada” alguno, porque la verdad es más aterradora y nada ni nadie obedece a un control trascendental?

Cuando la viñeta limita

Hoy en día es bastante difícil que alguien medianamente vinculado al cómic no reconozca en Félix Vega a uno de los más importantes cultores y estandartes del noveno arte nacional. Asunto que tiempo atrás hicimos patente en una crítica a su excelsa obra Duam.

Sin embargo, en Los fantasmas de Pinochet no vemos a este artista desenvolviéndose con soltura y a su máxima capacidad. Si bien, como mencionábamos más arriba, el arte de Vega destaca por el inmenso trabajo expresivo en torno al retrato, al mismo tiempo está constantemente limitando sus posibilidades por el trazado de las viñetas.

Una de las mayores riquezas visual-narrativas de las que dispone Vega, es su habilidad para componer majestuosos planos generales, lo que podemos degustar de sobremanera en Juan Buscamares y Duam pero no en Los fantasmas de Pinochet.

La obra del 2021 está estructurada invariablemente por una regular diagramación tradicional de las viñetas que, aunque pueda ofrecerse coherente al tono documental de la historia, no obstante a ratos vuelve monótona la narración visual.

Por otra parte, dicha diagramación también redujo las posibilidades de componer planos más arriesgados y ricos estéticamente. Considerando que las obras de mayor libertad compositiva fueron íntegramente creadas por Félix Vega, ¿será que la austeridad de Los fantasmas de Pinochet proviene del guion?

Con todo, una obra necesaria

En las últimas líneas de este comentario quisiéramos, no obstante, cerrar con lo positivo. Los fantasmas de Pinochet es una obra necesaria y beneficiosa para el cómic chileno. Su calidad no está puesta en duda ni menos su importancia para el medio y el género.

En un contexto tan convulso y revolucionario como el actual, en el que asistimos al derrumbamiento de las instituciones tradicionalistas y conservadoras que han entretejido lo que hemos conocido como “nuestra cultura”, una propuesta como la de Vega y Ortega viene a clavar un puñal más al Chile del siglo XX que hoy vemos extinguirse.

Porque es justo escribir otra historia; porque es oportuno elevar voces disidentes, sobre todo desde medios alternativos como la historieta; porque es necesario develar a los monstruos de nuestro pasado. Y porque, aquellos y aquellas que fueron silenciados mediante la violencia, merecen justicia, aunque sea una ficcionada.