Nuevos valores en Star Wars para el siglo XXI. Parte II: Droids revolucionarios

Star Wars continúa su expansión, pero ¿logrará conciliar las exigencias de sus seguidores más acérrimos con las nuevas sensibilidades del siglo XXI?

Escrito por Orin

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En esto consiste precisamente el sentido del principio de autonomía de la subjetividad: que toda relación del ser humano con las cosas es relación consigo mismo, y que sólo en ello se constituye el mundo (Sergio Rojas, Materiales para una historia del subjetividad, 2001).

La forma en que hoy pensamos y sentimos no ha sido la misma siempre, no se ha mantenido invariable en el tiempo. Pareciera ser que en la actualidad, esta sentencia cada vez se vuelve evidente para más personas. Si hoy somos testigos de nuevas sensibilidades que, a través de diversos medios –sobre todo gracias a las redes sociales– se constituyen en voces que persiguen “cambiar” el mundo, debemos ser conscientes que el fenómeno no es una novedad en la historia de la humanidad. La novedad radica en la manera y medios a través de los cuales se manifiesta.

El objetivo de este escrito es hacer patente la mutación de ciertos aspectos en la sensibilidad humana que, fruto del desarrollo de Internet, se han vuelto globales. Y se ha decidido rastrear el cambio en una producción de consumo masivo: el universo cinematográfico de Star Wars, reconfigurado bajo el alero de Disney. Por tanto, más que un ejercicio de juicio es de constatación.

¿Qué es lo que propongo? Que desde el año 2015, la franquicia Star Wars entrega nuevos valores a través de sus personajes, afines a las generaciones nacidas en el presente siglo. ¿Qué es lo que ya hemos constatado? Que, desde el Episodio IX: The Rise of Skywalker, la Fuerza se manifiesta como un poder curativo que sana a nivel espiritual y físico. Ahora, trataremos el caso de los droids revolucionarios.

El 2018 se estrenó Solo. A Star Wars Story, una precuela que relata el pasado de uno de los personajes más icónicos de la saga: Han Solo y, por supuesto, el origen de su amistad con Chewbacca y Lando Carlissian. Si bien el film tuvo una aceptable recepción por parte de la crítica, a juicio personal nos entrega una visión bastante olvidable del rebelde y aventurero Han. Pero no me quiero detener en el protagonista, sino en la droid L3-37.

Tras el primer encuentro entre Han y Lando, este último introduce a la copiloto androide de su nave, el mítico Millennium Falcon, en circunstancias bastante inusitadas para a franquicia. Mientras los protagonistas cierran el trato que los llevará a la siguiente aventura, L3 se halla increpando a los organizadores “orgánicos” de batallas clandestinas de droids, y alentando a sus pares para que no se presten a esos fines.

–Lando Carlissian: ¿Necesitas algo?L3-37: ¿Igualdad de derechos?

Si mi memoria no falla, L3 es el primer andriode de marcado género femenino y es presentada como una activista que lucha por los derechos de sus pares. “¡No! ¡Es inaceptable! –protesta con puño en alto ante el circense espectáculo– ¡Dejen de explotar a los droides!”. Termina su manifestación demandando “¡Derechos para los droides! Y agrega un dato ineludible: “¡Somos conscientes!”.

Los droids son conscientes. Creo que es un dato que siempre supimos. Si lo pensamos, el carismático C-3PO lo dejaba en evidencia en cada una de sus intervenciones; pero, posiblemente debido a la caricaturesca servidumbre con la que fue ideado, fue un aspecto no atendido. Sin embargo, L3 hace consciente al espectador de su propia consciencia y con ello nos interpela respecto de los derechos que, en cuanto ser consciente de su existencia, debería gozar. Y esto es un nuevo valor inédito en Star Wars.

Finalmente, tras lograr que un grupo de droids se revele ante sus amos orgánicos, L3-37 es herida irreversiblemente y se apaga. Sin embargo, esto no significa el fin de su existencia, porque Lando y compañía descargan su consciencia al Millennium Falcon, en consideración de que L3 posee “la mejor base de datos de navegación de la galaxia”. Este hecho viene a explicar el especial vínculo que existe entre Carlissian y la nave, y a su vez justifica el caprichoso funcionar del Halcón a lo largo de la saga.

[A la subjetividad] le sería esencial la posibilidad de fantasear o especular con otras formas de subjetividad, con otros mundos posibles, siempre y cuando sean posibles como mundos, esto es, que puedan ser habitados por una subjetividad. Mundo y subjetividad son, en este sentido, impensables con independencia el uno del otro (Rojas).

La nueva concepción de los droids para el universo Star Wars es explorada aún más en la serie The Mandalorian (2019), y lo hace de la mano del personaje más bellamente desarrollado hasta el momento: Kuiil.

Kuiil pertenece a la especie ugnaughts, pequeños humanoides provenientes del planeta Gentes, vendidos como esclavos para el Imperio. Conocimos integrantes del clan de Kuiil en el Episodio V: The Empires Strikes Back (1980); estos seres que, en la Ciudad de las nubes, desarman a Threepio y se reparten sus extremidades, hasta que Chewie llega al rescate. –También podemos recordarlos del genial videojuego homónimo de Super Nintendo: en el stage de Chewbacca, los ugnaughts se presentaban como enemigos a derrotar–.

Debido a su pasado como esclavo, Kuiil se plantea a sí mismo como una persona que trabajó “toda una vida para finalmente dejar de servir” y considero que es quien le entrega las más valiosas enseñanzas a Mando, el forajido cazarrecompensas. Le enseña a no juzgar a los otros por su pasado, debido a su propia experiencia: Kuiil sirvió al Imperio pero sólo porque se vio obligado a hacerlo, y compró su libertad con “la habilidad de sus manos”, como enérgicamente declara. Introduce al mandaloriano en la cultura de los jawas, haciéndole ver que el robo es parte fundamental en su sociedad, pues son criaturas que viven del comercio. Y, entre otras cosas, le enseña al protagonista a confiar en los droids.

Kuiil recoge y repara a IG-11, el androide cazarrecompensas que el mandaloriano fulminó con su bláster con tal de salvar a Baby Yoda. Gracias a su reconocida habilidad como técnico industrial, el anciano logra reprogramar a IG-11 como mayordomo protector y, con ello, entrega una maravillosa definición de lo que es un droid. Programar a un androide significa criarlo, así de simple. Tiene que ver con la delicada labor de acoplar sus “cables neuronales”, sí, pero también se trata de desarrollar una personalidad mediante experiencias de calidad. En pocas palabras, a un droid se le crea una consciencia con “paciencia y perseverancia… tolerancia y firmeza”, tal cual como a un ser humano.

Otro nuevo valor surge de las dos expansiones de Star Wars analizadas: los droids son seres conscientes fruto de una programación que es un símil a la crianza de los seres orgánicos. Y, en cuanto seres conscientes, son planteados como acreedores de derechos inherentes. Está de más decir que en el Star Wars de la segunda década del siglo XXI, los androides funcionan como metáfora de las y los desplazados y discriminados por raza, género, etnia, credo, etc. –análogo a los X-MEN para el siglo pasado–.

Una nueva subjetividad está floreciendo para estos tiempos; una que –parafraseando al filósofo chileno Sergio Rojas– está creando su mundo según cómo este le afecta. Y, querámoslo o no, las nuevas generaciones están presionando para ver reflejado su mundo en los productos que consume. La verdad, es fuerte el cambio… Pero tampoco es algo nuevo para esta galaxia tan lejana de las ya creadas en el pasado.