Rodrigo Muñoz Cazaux: De la mano con el terror

El autor de Áurea Ediciones, Rodrigo Muñoz C., nos habla sobre la base fundamental que le ha dado vida y alma a sus últimas obras: el terror.

Escrito por Zahorí Balmaceda

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Padre de tres hijos adultos, casado hace más de veinte años, hijo y nieto de profesoras, amante de los gatos, jardinero en práctica, cocinero caótico. Profesor de Lengua y Literatura, Bachiller en Humanidades y cineasta en rehabilitación, son parte de los aspectos que definen a Rodrigo Muñoz Cazaux.

Con tres novelas dentro de la trilogía Con sangre en el ojo, cuyos títulos son Curialhué, Huelén y Las Ánimas, novelas de misterio y aventuras con un toque fantástico ambientadas en el Chile de hoy que mezcla la trama de la novela con algunos hechos históricos recientes. Además de cuentos presentes en distintas antologías de varias editoriales.

Recientemente publicó Canciones Macabras Para Aullar a La Luna, un libro híbrido en el que un grupo de cuentos se mezclan para crear una historia/novela de terror, que habla sobre violencia de género e incluso un poco sobre el estallido de octubre de 2019.

Este año se publicará Hiel de la mano de Ediciones Liz, una historia muy alejada del misterio, la fantasía o el horror, una novela realista en un entorno contemporáneo que propone más dentro de la forma del texto que en la historia.

Según su autor, es lo más arriesgado que ha escrito y, a la vez, es la historia más simple. A la espera de su estreno, nos reunimos para hablar sobre Canciones Macabras Para Aullar a La Luna.

Comencemos por el principio. ¿Qué te impulsó a escribir Canciones Macabras Para Aullar a La Luna?

Siempre estoy escribiendo algo, la gran mayoría son ejercicios que no resultan, pero me sirven para practicar, experimentar o ensayar. En la carpeta del computador con estos ejercicios hay unos cien archivos, algunos en narrativa, otros como guiones, incluso ensayos. No es que hubiese tenido planeado “ahora voy a escribir un libro de terror”, simplemente salió.

Desde el 2008 en adelante me pidieron algunos guiones para largometrajes de terror. Debido a muchas peripecias, nunca se filmaron. Tomé uno de estos experimentos —que en mi fuero interno llamo “la casita del terror”— sobre la cual tengo al menos cinco guiones distintos, con distintos énfasis. Uno cargado al erotismo, otro al body-horror, otro al gore más despiadado, otro en el terror sicológico, pero con la misma premisa inicial: una escapada de la ciudad que termina muy mal.

A fines del 2019 abrí esta carpeta con estos ejercicios que mencioné, tomé los dos más distintos entre sí y dije: “creo que, si los barajamos como buenos naipes, puede salir algo novedoso”, los traduje del lenguaje audiovisual al narrativo y agregué un par de reatos breves entre medio y al final para marcar el tono del relato y surgió Canciones Macabras Para Aullar a La Luna.

Le puse ese título porque las canciones antiguas —hablamos de antes de la escritura— eran el método para contar historias. Los contadores de cuentos se las aprendían con un ritmo y con algún verso, para así poder repetirlas noche tras noche ante un público distinto. Ese el verdadero origen de la literatura, el relato oral. El libro está estructurado de esa forma, como si alguien te lo estuviese contando directamente, por eso tiene muy pocos diálogos y en algunos momentos el ente narrador te habla —al lector— como si te conociera.

“Hablarle al lector” no es fácil. ¿Hay alguna fórmula de generar tanta complicidad?

Mi primera gran condición cuando escribo algo es escribir un libro que me guste leer, y es un gran filtro porque la verdad soy bien quisquilloso. Cuando me pongo a teclear es que ya tengo armado el grueso de la historia en mi cabeza, entonces al escribir le voy contando esa historia a una persona que asumo no tiene idea de nada, aunque si es “de los míos” entonces conoce algo de las cosas que me gustan, así que muchas veces trato de no entrar en muchas explicaciones, apelo al conocimiento común.

No es el siglo XIX, en donde había una mayor ignorancia del mundo y las distancias se hacían largas, entonces había que tomarse el tiempo y las páginas necesarias para explicar con lujo de detalles la ropa, los decorados y los lugares. Ahora no, tenemos mucha más cultura común.

Ahora podemos ver transmisiones en vivo de prácticamente cualquier ciudad del mundo en la palma de la mano, así que, si en un texto digo “Una calle en el centro de Santiago”, pues todos tienen más o menos una idea preconcebida de lo que es eso, salvo que haya algún rasgo distintivo que influya en la historia y que haya que agregar, pues con eso me basta y seguimos avanzando.

Esto de lo común lo aprendí haciendo cine, la mayor parte de mi trabajo lo hice en películas de bajo presupuesto y en provincia, entonces había que negociar mucho con las locaciones y casi siempre sin plata para ofrecer, era a pura buena voluntad de la gente. La respuesta que más recibía era: “y si lo dejo filmar acá, ¿puedo salir en la película?”.

Ahí me di cuenta de que lo que la gente quiere es verse en la pantalla, ser parte de una producción. Cuando volvíamos a mostrarles el trabajo ya hecho, al verse por pequeños segundos o ver la casa que facilitaron se sentían parte de la historia y muy felices por eso, entonces ¿por qué no incluirlos en libros?

Los personajes incidentales que aparecen en mis historias son gente que conozco, los lugares descritos son lugares en los que he vivido, trabajado o, en el peor de los casos he viajado ahí de vacaciones, así que la mayoría de las veces, los lectores pueden leerse o leer de los lugares que ya conocen en lo que escribo. Por eso me gusta situar las historias aquí y ahora, aunque puedan tener raíces en el pasado o incluso proyectarse unos años en el futuro como Las Ánimas, pero con algún nexo con la actualidad.

¿Y por qué decidiste escribir en ese momento?

Bueno, porque de alguna forma, desde que empecé a publicar lo que escribía el 2014, decidí que me iba a tomar este oficio de escritor en serio y debía llegar al punto de publicar algo distinto todos los años, estaba terminando la universidad —de nuevo— por lo que del 2016 al 2018 no tuve mucho tiempo.

Del 2018 a la fecha, he publicado al menos un libro al año, tengo tantos “experimentos archivados” que tengo material para unos cuantos años más, si las editoriales me quieren.

El texto de Canciones Macabras Para Aullar a La Luna no lo iba a dejar languideciendo, a pesar de que hay un par de iniciativas que buscan llevarlo al cine en este momento, así que me pareció natural publicarlo, además que al ambientarlo en octubre de 2019 le dio un peso social que la historia anterior —el primer borrador es del 2010— no tenía, o sea, debía salir al público luego.

Pero no solo es una historia con un contexto contingente —al menos para entonces—. El grueso de la obra está en el miedo, ¿qué te impulsó a elegir el terror para relatar esta historia?

No es una respuesta de este momento, de jovencito me gustaba ver películas de terror y un amigo del colegio me prestaba sus libros de antologías de terror, una edición española buenísima, con una treintena de volúmenes.

Laboralmente, vengo trabajando en terror desde al menos el 2006, donde fui director de foto/camarógrafo en un film de horror de muy bajo presupuesto. Sin exagerar, creo que costó $200.000.

A la larga, se terminó vendiendo muy bien es España, de hecho, el DVD que tengo de esa peli es español —otro día podemos hablar de cómo en Chile no hay espacio para las iniciativas independientes, pero sí son valoradas en el extranjero—.

El 2011 escribí el guion —aunque el director porfíe que lo escribió solo— y produje En las afueras de la ciudad, largometraje de horror al que hicieron un remake en USA con Michael Biehn (Terminator). Mis novelas previas de la serie Con sangre en el ojo; (Cuarialhué —2015—, Huelén —2018— y Las Ánimas —2019—) dependiendo del ánimo del lector son percibidas muchas veces como historias de terror, aunque en realidad yo las escribí pensando en misterio y aventuras, pero claro, tienen algunos episodios que pueden ser muy terroríficos, así que no es algo de ahora, lo hago desde siempre.

Así que ahora amplío la pregunta, ¿por qué el terror para contar una historia en general? Eso viene desde los albores de la humanidad, desde los antiguos cavernícolas; el miedo es el mayor agente pedagógico de la historia, por eso se ha ocupado siempre para educar o manipular las masas, “si no te comes la comida, el viejo del saco te va a llevar”.

El terror actúa en la parte animal de nuestro cerebro, activa esa zona de nuestra cabeza que nos gusta tener oculta con la Razón —mayúscula a propósito—, entonces lo que se aprende con miedo, queda dentro para siempre. De ahí viene el dicho “la letra con sangre entra”.

El miedo también es una herramienta política: “Nos enfrentamos a un enemigo poderoso”, dijo un tipo hace no muy poco, tratando de sembrar el miedo en nosotros. Ni hablar de cómo se utiliza el terrorismo para justificar guerras, muros en las fronteras, políticas segregacionistas, intolerancia a las divergencias sexuales, religiosas o ideológicas…

Pero hay algo respecto al miedo, el terror o el horror: tras su influencia, se caen las máscaras, las intenciones ocultas se develan; solo en miedo del miedo nos mostramos tal como somos. Solo con miedo se puede ser totalmente honestos. Mi abuelita decía que si en medio de un temblor muy fuerte alguien llega a tu lado a ver cómo estás, vale la pena, porque a pesar del miedo que sintió durante el sismo, lo primero que hizo fue preocuparse por ti.

Entonces pensé, “utilicemos el miedo para contar otra historia, la de las víctimas”. En Canciones Macabras Para Aullar a La Luna, el terror viene de dentro de las víctimas, un horror sistémico y enquistado que, en una situación especial, resurge y destruye.

Hay un gran detalle y que ninguno de los lectores o quienes han reseñado se ha fijado o al menos no me lo ha hecho notar y lo dejaré como una pregunta para quienes temen de los spoilers: ¿Quién es el que hace el daño físico directo en este libro?

Esperemos que alguien pueda responder y acertar. Ahora háblanos de tu personaje favorito dentro de Canciones Macabras Para Aullar a La Luna. ¿En qué o quién te inspiraste para darle vida?

Como es un compendio de varias historias breves entrelazadas, algunas más breves que otras, creo que mi protagonista favorito es el Horror, el concepto de que, tras las vacaciones, una bebita, una calurosa estufa o una escapada romántica a la cordillera, puede estar escondido un Horror capaz de destruirte con solo chasquear los dedos. Es un personaje que no habla, pero está presente en todos los relatos del libro y que todas las acciones giran para darle vida.

Pero siendo más estructuralistas en el análisis, creo que el personaje doble Claudia-Martina, es el que más me agrada, porque (spoiler) siempre fueron la misma persona desde el inicio y sus relatos están más que entrelazados.

En ellas busqué simbolizar a aquellas mujeres que han sido víctimas de violencia de género en todas sus macabras opciones y en cómo ese horror que está dentro de ellas, puede salir y reventarnos en la cara a los hombres/victimarios/cómplices pasivos. Me gusta cómo los sucesos pasan por ellas y se transforman, a la vez que las transforman.

¿Tus lectoras te han hablado de sus experiencias leyendo el libro?

Bueno, lamentablemente todos conocemos alguna víctima de violencia de género, desde pequeños agarrones en el metro hasta víctimas de violación. En mi caso, conozco indirectamente un par de casos de violación con asesinato, son horrores demasiado presentes, pero a la vez es algo que no quieren andar compartiendo.

No era mi intención provocar una catarsis al respecto, más que nada quería “autodenunciar” al hombre como agente violento. Algunas reseñas han destacado levemente ese aspecto, que aborde el tema les parece positivo, no me han llegado comentarios de si lo hice bien o no. Cuando te encasillas en un nicho como el horror, la fantasía, a veces los lectores como que se centran en los elementos de su género literario favorito y dejan un poco de lado lo otro, pero bueno, yo solo quería contar una buena historia de terror, pero darle un poco más de peso a la historia.

¿Y qué fue lo que más te costó al momento de escribir Canciones Macabras Para Aullar a La Luna?

Es un libro que pone en constante conflicto la toxicidad masculina con lo femenino. Como hombre heterosexual está siempre el riesgo de apropiarse de lo femenino, una especie de mansplaining literario.

No pretendo hablar por las mujeres, si lo intentara merecería las críticas del caso, así que a pesar de estar hablando de mujeres, tuve que mantener una distancia y situarme como un espectador ignorante y relatar los hechos con una objetividad casi periodística, por eso a veces la historia se percibe como fría y eso, creo yo, ayuda al horror del libro, pero vaya que me costó.

Por otro lado, el asumir como narrador masculino que somos los causantes de la violencia de género, tampoco fue sencillo. A veces temía en “pasarme para la punta” o lo contrario, suavizar en demasía.

Hubo muchas correcciones, por eso opté por agregar relatos cortos entre medio, que pusiese un tono de relato oral porque, de alguna forma, acentuaba la idea de “ficción”, las cosas cuando duelen, es mejor dejarlas en la fantasía, porque al percibirse muy reales, incomodan.

Eres un escritor muy dedicado. ¿Crees que algo de tu vida se refleja en lo que escribes?

Creo imposible separar la vida del autor con lo que escribe. Quizás no haya una relación directa entre los hechos puntuales narrados, por ejemplo, nunca he destripado a nadie así que lo que escribo de eso es meramente especulación, pero a nivel macro uno siempre mira su propia experiencia personal para poder escribir.

Mi madre leyó el libro y me preguntó si estaba bien, si no me sentía… no sé, “tocado”. Cuando uno escribe horror/terror tiene que andar imaginando experiencias sangrientas que no tenemos, porque por suerte no hemos tenido que arrancar de un asesino múltiple o de monstruos devoradores de carne, nuestro único referente son otras películas o libros de terror, pero —pausa dramática— ocupé mi experiencia trabajando en prensa, precisamente en crónica para poder narrar los horrores. En prensa, la crónica es la parte más escabrosa de las noticias, tiene que ver con accidentes, incendios, asesinatos; hay mucha sangre y lo que se muestra en los diarios o noticiarios de TV siempre está muy suavizado.

Recuerdo que una vez llegamos a reportear un accidente de tránsito y nos dimos cuenta que no sabíamos hacia donde colocar la cámara, porque todo el sitio del suceso estaba lleno de sangre, vísceras y parte humanas, sabíamos que lo que fuese que registráramos en la cámara no pasaría por la edición, así que esperamos a que llegara la policía y pusiera lonas plásticas para poder grabar algo siquiera. Cuando escribo horror, pienso en situaciones como esa y tuve unas cuantas.

Esas son experiencias muy fuertes, ¿crees que algo de eso te define como autor?

Siempre pretendo provocar al lector, pretendo incomodarlo, incluso “agredirlo” literariamente, sacarlo de lo normal, ofrecerle algo distinto. Siempre he dicho que cuento el final en las primeras páginas, es cierto, todas mis novelas tienen eso, el final está relatado en las primeras páginas, pero no se dan cuenta, no temo a los spoilers, porque lo importante es el viaje de la lectura, por eso busco formas novedosas de contar una historia; cambiando el narrador o el punto de vista capítulo a capítulo, no siempre el mismo relato tipo espectador o como si fuese una película.

Me gusta la libertad comunicacional de la literatura y me gusta utilizar al máximo la riqueza de la lengua castellana, se dice que es la lengua para hablar con Dios, tenemos dieciséis tiempos verbales que entregan cada uno distintos grados de certeza, foco o temporalidad de las acciones, pero cuando lees la gran mayoría de la literatura contemporánea chilena, con suerte encuentras cinco tiempos verbales, que son los mismos cinco que hay en la literatura anglosajona de best sellers al ser traducido al castellano, ¿coincidencia? No lo creo.

A pesar de que me encanta el cine y utilizo recursos del lenguaje cinematográfico en lo que escribo, como la yuxtaposición, defiendo la narrativa y evito los diálogos. Huelén, por ejemplo, tiene 213 páginas y hay solo 6 de diálogos, prefiero narrar los hechos, por algo es narrativa.

En mis textos, los lectores siempre tienen que leer entre líneas, no solo poner atención a la historia, sino que a la forma en que digo las cosas, como yo escribo nada sobra y todo está dispuesto a alterar la percepción del lector. No es que sea un puzle o un acertijo, pero me gusta que lo que escribo siempre tenga mucho más que solo una historia entretenida. A veces es algo muy sencillo, pero siempre voy dejando “miguitas de pan” hacia otro lado en lo que escribo.

Esa es una forma particular de crear un vínculo con el lector. ¿Piensas mucho en ellos cuando escribes o solo al terminar de escribir?

Como dije antes, apelo al conocimiento común, pero en general, y quienes hayan conversado conmigo se darán cuenta, siempre estoy agregando datitos sabrosones en la conversación, así que al escribir hago lo mismo cuando siento que ese datito puede aportar o darle un toque extra a la historia, lo hago a medida que escribo, a veces, en las revisiones, me doy cuenta que no sirve y los saco.

Pero creo que es un deber estar siempre consciente de que lo escribes va para un lector o lectora en específico, lo complicado no es escribirle a ese lector sino toparte con ellos en las librerías o ferias de libros y que se den cuenta que ese libro en especial, fue escrito pensando en ellos.

Para finalizar, ¿puedes contarnos sobre tus próximos proyectos literarios?

Tengo tres novelas en el horno, por así decirlo, ahora sin nada de fantasía, pero con el mismo estilo que busca incomodar un poco al lector, además de utilizar mucho simbolismo en la narración que a veces no tiene una explicación directa, pero que prefiero que el lector utilice para construir su propia interpretación de lo que lee.

Encontré un manuscrito de ciencia ficción que tiene un poco de monstruos, colonización extraplanetaria y aventuras clásicas que escribí a los 14 años y que creo que podría arreglarlo para un buen libro de sci-fi.

Por mientras estoy en una novela sobre sicarios ambientada en los 90’, cuando creíamos que éramos los jaguares de Latinoamérica. Siempre escribiendo cuentos y esos “experimentos” que comenté.

Y, ¿cómo te sientes por ahondar en la ciencia ficción?

Complicado, pienso en cuando era niño y todo lo que se nos planteaban como ciencia ficción ahora está disponible en tu teléfono, entonces tratar de escribir algo de “literatura de adelanto” pues se vuelve algo difícil porque está la sensación de que no queda más por inventar, como Alejandro Magno cuando ganó su última batalla y lloró porque no había nada más que conquistar.

Si miras la actual literatura de ciencia ficción —no de fantasía espacial o space operas— es bastante oscura y hasta trágica, además, ahora en pandemia las perspectivas se vuelven aún más pesimistas, entonces me reprimo un poco, no quiero caer en lo apocalíptico. Así que me pongo una palabra pegada a la pantalla para no olvidar: “Esperanza”, ya lo había ocupado en Las Ánimas, que está ambientada unos doce años en el futuro, tanto que hay varios capítulos que giran en torno a ese concepto, creo que lo que se hace más difícil es escribir sobre un futuro sin perder las esperanzas en la humanidad.

Respecto a las complicaciones del género literario, para nada, es mi origen literario. Partí leyendo los clásicos de la ciencia ficción, me puedo recitar pasajes enteros de Crónicas Marcianas y otros cuentos de Arthur C. Clarke o Asimov, es lo primero que intenté escribir en la infancia —y que no me atrevo a mostrar porque me da pudor de que lean lo que escribí cuando niño porque le falta mucho—, además que es lo primero que mostré en público muchos años atrás en páginas de amantes de la ciencia ficción como Tau Zero.

Luego, más adulto, me fui metiendo en unos libros de ciencia ficción cada vez más intrincados, pero creo que siempre es bueno volver a esa época que podríamos llamar hasta “inocente” la ciencia ficción en que el futuro se veía cromado y brillante —“Shiny and chromed”, como la última Mad Max, ah no, esa no es así—.

Uno de mis libros favoritos es El mundo que no veremos, una antología de ciencia ficción que hizo el actor Andrés Rojas Murphy recopilando clásicos de los 40’, 50’ y 60´s, y que salió publicado por la editorial Quimantú, la copia que yo tenía era de mi abuelo y cuando él murió se volvió una reliquia.

Lamentablemente, se lo presté a un amigo al que se le incendió la casa, así que esa copia se perdió, pero mi amigo entendía lo importante que era para mí y me consiguió otra de la misma editorial. Así que, volviendo a la pregunta inicial, ciencia ficción como género para mí es como ponerse esos zapatos que están algo gastados, pero con los que te sientes muy cómodo.

Para mí, la ciencia ficción no es fantasía, yo lo considero como literatura realista; aunque tiene la libertad de imaginar futuros posibles, hay que tener cierta coherencia científica al respecto porque los lectores de ciencia ficción son exigentes y muy críticos, lo que es bueno porque te motiva y obliga a no defraudarlos.

Por suerte tengo un “pasado oscuro” estudiando ingeniería, que no terminé, pero tengo cierta base teórica que me ayuda mucho. Entré a estudiar ingeniería porque en el fondo tenía el secreto deseo de poder ser astronauta y esa universidad tiene un ramo electivo de astrofísica que te permite dirigir tus estudios hacia la astronomía. Era lo más cercano que pude ver dentro de mis posibilidades de niño C3 de convertirme en astronauta —salí casi de dieciséis de 4to medio—. Lo intenté, no pude, pero al menos tuve la posibilidad. Al escribir ciencia ficción le hago cariñitos a ese cabro chico espinilludo que quería ser astronauta.