Hilda: la importancia de comprender el mundo que nos rodea

La serie animada de Netflix, Hilda, tiene por fin una segunda temporada. ¿Qué mensaje nos entrega y porqué es más necesario que nunca?

Escrito por Ktlean

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Corría el mes de septiembre de 2018 cuando Netflix lanzó Hilda, una serie animada de trece capítulos creada por Luke Pearson. La respuesta fue tan rápida y favorable por parte del público, que en octubre del mismo año la compañía de streaming anunció que lanzarían la segunda temporada.

Anuncio que por fin, a fines del año 2020, se concretó.

Con una nueva tanda de trece capítulos, la segunda temporada de Hilda viene a reforzar lo que ya se hizo (y muy bien) en la primera: desarrollar una historia de aventuras trepidantes y divertidas, vividas por personajes adorables y carismáticos. Todo en medio de un mundo donde lo cotidiano se mezcla con lo fantástico de manera tan natural, que cuesta establecer fronteras claras entre ambos.

Pero siendo una más de las series animadas actuales que pueden ser vistas sin problemas por adultos y niños, ¿qué es lo Hilda tiene para ofrecer, más allá de una estética confortable y una premisa simple e interesante? ¿Entrega algún mensaje? Y, si es así, ¿cuál es ese mensaje?

La historia

Teniendo en cuenta que muchos pueden no haber visto o no conocer Hilda, es necesario elaborar una sinopsis general de la historia.

Hilda es una niña de edad indefinida, pero que ronda los ocho años. Vive solamente con su madre, Joanna, en una pequeña casa cercana al bosque. No parecen tener ningún vecino cerca (al menos ninguno humano). Aunque parecen tener todas las comodidades necesarias, su aislamiento es algo que puede llamar la atención desde el principio.

Otra cosa que llama la atención (y que deja claro de inmediato al espectador de qué tipo de historia se trata) es su primera pequeña aventura. Y su mascota, pero ya llegará el tiempo de entrar más de lleno en eso.

Nada más empezar, vemos que Hilda no tiene más remedio que salir corriendo de lo que no parece más que una roca durante el día, pero que al esconderse el sol se transforma nada menos que en un troll. Como eso no es suficiente, en el cielo se ven volar unas criaturas redondas, peludas y con colas llamadas Worf. Y cuando la niña mira hacia el horizonte plagado de montañas, una extraña cabeza alargada se asoma entre los montes.

Basta menos de la mitad del primer capítulo para confirmar que Hilda vive en un mundo plagado de seres fantásticos. Dichos seres pueden estar basados directamente del folklore del norte de Europa (como lo trolls, gigantes y duendes), o creados específicamente para la historia (como los ya nombrados Worf). Poco a poco, a medida que avanzan los capítulos y la historia, la lista se va agrandando, nutriendo la trama y el universo.

No solo están ahí como decoración, ni mucho menos. Tampoco se reducen a «la criatura de turno de la que hay que huir o que hay que derrotar». Muchas veces aparecen para quedarse y tomar un papel importante en la trama, como es el caso del duende Alfur. También pueden tener apariciones esporádicas como Cuervo, el pájaro del trueno, el nisse Tantur o Woodman, un… bueno, hombre de madera. O pueden estar ahí desde el principio, como Twig, el ciervo-zorro que Hilda tiene de mascota.

Serán parte de la vida de Hilda, ya sea como motores de sus aventuras o como amigos. De la mano de la pequeña niña de pelo azul, el espectador conocerá primero el bosque y sus secretos, lugares que ella ama. Luego, cuando las cosas se compliquen, impidiendo que ella y su madre puedan seguir viviendo allí, tocará explorar Trolberg, la ciudad vecina.

El cambio trae aprendizaje

Hilda es un personaje atractivo de muchas maneras. Es amable, inteligente, curiosa y muy, muy valiente. Se mete en problemas, pero sus acciones rara vez tienen la malicia como punto de partida. Es más, la mayoría del tiempo apenas se pueden considerar travesuras, ya que casi siempre surgen como la forma de ayudar a alguien o, simplemente, por el deseo de conocer el mundo que tanto le fascina.

Dicho todo lo anterior, es importante dejar en claro que como protagonista tampoco es insufriblemente perfecta. Puede ser terca y obstinada, así como egoísta. Si quiere algo, no descansa hasta conseguirlo, aunque eso implique ponerse en peligro o arrastrar a otros consigo. Es algo así como Arnold, solo que los problemas no son en la urbe newyorkina, sino un bosque repleto de magia.

Inicialmente son sus características como personaje y la relación que tiene con lo que le rodea lo que permite que el mensaje de la serie se desarrolle. Y este, además de bello, se yergue como extremadamente necesario en los tiempos que corren.

Para ilustrarlo, nada mejor que los primeros dos capítulos de la serie.

Como ya se dijo antes, al principio Hilda vive aislada con su madre cerca del bosque. Este ambiente le encanta, ya que llena sus días de lo que más ama: las aventuras. Pero no son estas las que acarrean los principales problemas, sino el hecho de que llevan recibiendo algún tiempo diminutas cartas que amenazan con desalojarlas.

Los remitentes de dichas misivas no se muestran de ninguna otra forma, pero ya que sus avisos no están teniendo el efecto esperado, pasan a la acción, que cosiste en un ataque al hogar de Hilda y madre. Cuando ambas se despiertan por la mañana, ven todo destruido y desordenado, de modo que deciden buscar a los culpables.

Estos no son otra cosa que pequeños duendes burocráticos que ya están cansados que las gigantescas botas de la niña y la mujer los pisen a ellos o a sus casas. Hilda se sorprende al ver las diminutas viviendas que rodean su amado hogar, pero pronto se pone manos a la obra: acompañada de Walfur, intentará hablar con los líderes de los duendes para convencerlos de permitirles a ella y a su madre seguir viviendo allí.

Mientras eso se desarrolla lenta y burocráticamente, Hilda conoce a una nueva criatura del bosque: el gigante Jorgen, que busca a su amada en el sitio que ambos acordaron cientos de años antes, que no es otro el lugar donde está la casa de la niña. La presencia de ambos gigantes hará que Hilda por fin comprenda hasta qué punto sus propios deseos vuelven más difícil la vida de los duendes.

Con dolor, porque el bosque realmente es su hogar, se convencerá de que su madre tiene razón: irse a Trolberg es la mejor decisión para todos. Porque no todo puede tratarse de lo que nosotros queremos o de lo que más nos convenga, sino de una buena relación entre todos los habitantes de un espacio.

Hilda, al ser humana, representa a ese ser que muchas veces es el último en llegar a un territorio, pero que aún así se cree dueño de este. Que quiere que todo se amolde a sus deseos y necesidades. Sin embargo, y acá reside lo más bello del personaje, ella entiende que es solo una más, primero en el bosque y luego en Trolberg. Todos, ya sean duentes, gigantes, trolls, nisses o lo que sea, merecen el mismo respeto.

Este lección se irá reforzando a lo largo de toda la serie y no solo será Hilda la destinataria de ella. Bajo la diversión, los buenos personajes y el interesante mundo, yace un mensaje ecológico y empático que siempre, pero hoy más que nunca, es necesario.

Opinión personal

Hilda me gustó desde que vi la primera temporada hace dos años. Los motivos de esto fueron muchos y podría haber tomado cualquiera de ellos para hacer esta reseña. Podría haber hablado de cómo se trata la amistad o el hecho (nada despreciable) de que una madre sea usado como compañera de aventuras en una serie de este tipo.

Podría haber hablado de muchas cosas, pero decidí hablar sobre lo que me parece su mensaje principal: que no estamos solos en este mundo, que somos seres que crean comunidades no solo entre pares, sino con todo lo que nos rodea. La naturaleza no está ahí solo para sacarles fotos cuando vamos de vacaciones o para usufructuar con ella.

Está ahí porque este planeta también es suyo; es suyo desde antes que llegáramos nosotros. Por eso, lo mínimo, es que la comprendamos y respetemos. Eso enseña Hilda. Eso y muchas cosas más.