Hablemos de géneros: body horror

Monstruos híbridos, seres metamorfos, cuerpos retorcidos y sangre. Esto y mucho más en el body horror u horror biológico.

Escrito por Pía Marian

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Cuerpos retorcidos, mutilaciones, sangre en altas cantidades, deformaciones físicas, sazonadas con destrucción psicológica y violencia sexual. Todas estas cosas vienen a nuestra mente cuando se trata de este género, sin embargo, hay bastante más detrás de ello de lo que aparenta.

Un poco de trasfondo 

La primera vez que se mencionó el body horror, horror biológico u horror corporal fue en el año 1983, de la mano de Phillip Brophy, en su artículo Horrality: The Textuality of the Contemporary Horror Film, donde habla de algunos tropos usados en películas de la época.

Pero, como suele pasar en estos casos, el origen del género se encuentra en la literatura: el famoso Frankenstein de Mary Shelly.

En este texto se encuentran todos aquellos elementos que serán la base del género: la deformación del cuerpo, la psicología detrás de dicha deformación, la pérdida de la humanidad y la metamorfosis como ruptura de la cadena evolutiva. 

Ahora, haciendo una pequeña aclaración, a pesar de que la mayor parte de este género se encuentra en el cine, este artículo habla de los referentes literarios. 

Más allá de la carne

El retorcimiento del cuerpo, las tripas y la deformación corporal van mucho más allá de la inquietud física que puede producir contemplar la fragilidad del cuerpo. Está ligado a factores mucho más sutiles.

La simetría es uno de los principales estándares de belleza que poseemos los seres humanos (algo que compartimos con otros mamíferos). Las deformaciones que rompen con este estándar suelen resultar extrañas, alienígenas, porque tienden a impedir la identificación de la criatura con lo humano pero, en el fondo, el espectador sabe muy bien que es uno. 

A esto se le suman temas profundamente ligados a la pérdida de la identidad. Cuando ocurren determinadas mutaciones en el género, muchas veces suelen estar acompañadas por una pérdida de la consciencia o, en el peor de los casos, una consciencia de la criatura en cuestión respecto a su falta de humanidad.

Frankenstein maneja este tropo a la perfección: el monstruo está perfectamente consciente de que no es un humano, sino una criatura destruida, evolutivamente muerta y que jamás podrá encajar en una sociedad que lo rechaza. 

Otra perspectiva se encuentra en el relato Jackeline Ess: vida y testamento de Clive Barker. Aquí, la protagonista comienza a evolucionar hasta convertirse en una criatura tan repugnante como deseable, pero cuya contemplación y contacto es capaz de trastornar. La adoración también la vuelve una alienada que ha emprendido un viaje sin retorno y, una vez encuentra compañía, solo puede esperar la destrucción.

Metamorfos, híbridos y la ruptura de esquemas 

Los monstruos en el body horror suelen pertenecer a dos categorías: los que nunca fueron humanos y aquellos que alguna vez lo fueron, pero alcanzaron su estado actual mediante algún tipo de mutación.

Las criaturas pertenecientes a la primera categoría suelen manifestar rasgos en común: suelen ser inclasificables bajo estándares científicos, presentar rasgos inquietantes y romper con las características biológicas conocidas. Puntos extra si de alguna forma pueden hacerse pasar por algo conocido. 

Por su parte, los metamorfos o seres híbridos tienden a ir mucho más por el lado de la pérdida de la identidad y el dolor de dicho cambio. A niveles biológicos, estas criaturas se consideran repugnantes debido a que carecen por completo de un desarrollo evolutivo; son seres que, bajo toda lógica, no deberían existir

Un ejemplo del primer caso es la novela Who Goes There? de John W. Campbell (obra en la que se basaría la mítica película The thing) y, del segundo, puede encontrarse en varios relatos de Clive Barker. 

Mi pequeño y dulce monstruo  

Una especie de “subgénero dentro del subgénero” muy común dentro del body horror es aquel conocido como “horror de útero” que suele hacer alusión a la idea de partos traumáticos, depresión post parto, abortos y eventos similares asociados a la maternidad. 

Estas historias suelen poner a las mujeres como víctimas de dar a luz a terribles aberraciones, usualmente por maldiciones e incluso violencia sexual. Aunque, visto de cierta forma, las maldiciones podrían verse como una metáfora de lo segundo. 

Aquí, todos los temas anteriormente nombrados están presentes desde un punto de vista mucho más íntimo, puesto que pone sobre la mesa la ruptura del hogar y la invasión de un ser extraño a una parte de la vida que suele estar asociada a algo positivo. 

Ejemplos de esto son la novela Rosemary’s baby de Ira Levin y El gran espectáculo secreto de Clive Barker

Thanatos y Eros 

El componente sexual y la violencia que suele encontrarse en este género son, usualmente, las mismas dos caras de la moneda que tanto se nombra en lo referente al terror: el dolor y el placer. Lo que tiene más sentido que nunca cuando se habla de algo que tiene como base la corporalidad. 

Al final, el body horror es uno de esos géneros que tiene, dentro de su corazón, el mensaje oculto de que, muchas veces, la muerte puede ser la opción más piadosa.