El extraño caso de la no descripción de Mr. Hyde

En 1886, Stevenson, a través de la ambivalente personalidad de Jekyll y Hyde, enfrentó a la humanidad a un nuevo horror: el inconsciente

Escrito por Orin

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No es fácil describirlo. Hay algo en su aspecto que no es normal, algo desagradable, francamente detestable. Jamás he visto a nadie que me inspire tal repulsión pero no sé por qué. Debe de tener alguna deformidad; da una impresión de cosa contrahecha, aunque no puedo especificar en qué consiste. Es un hombre de aspecto extraordinario y, a pesar de eso, no puedo decir que tenga nada que se salga de lo corriente. No, señor; no acierto con ello, no puedo describirlo.

Robert L. Stevenson, El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, Barcelona: Austral, 2017, p. 18.

La cita corresponde a uno de los primeros intentos por describir a Edward Hyde que articula uno de los personajes de Robert Louis Stevenson (1850-1894), en su novela El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde de 1886. La vaguedad de la caracterización, que refiere más a opiniones subjetivas antes que a impresiones objetivas, se repite a lo largo de casi toda la obra.

Robert Louis Stevenson (1850-1894)

Resulta interesante que uno de los más reconocidos personajes del terror gótico del siglo XIX, no posea una descripción física contundente. Porque, no nos confundamos: no se trata de un asesino que asecha desde las sombrías callejuelas del Londres victoriano, cuyo semblante queda velado por el misterio excepto para sus víctimas, como en el caso de Jack el Destripador. Por el contrario, la obscenidad de Mr. Hyde lo lleva a perpetrar sus crímenes a plena luz del día sin importar la presencia de testigos.

Este “extraño caso” nos lleva a preguntarnos el por qué de esa incompatibilidad entre lo visto y el lenguaje; por las características de aquello inefable en ese ser que se presenta en sociedad gracias a un excepcional brebaje. Y, a la vez, abre la puerta para un cuestionamiento mayor, a saber: ¿qué es lo que nos asusta? ¿A qué le tememos realmente?

Aquello que debía permanecer oculto…

El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, quizás la novela más recordada del autor británico, narra las pesquisas del abogado Míster Utterson por develar el misterio tras la súbita aparición en Londres de un despiadado Edward Hyde y su sospechosa relación con el respetable Doctor Henry Jekyll. La espantosa revelación de que ambos sujetos son la misma persona, está mediada por la propia confesión de Jekyll, en la que declara:

Baste, pues, con que diga que no solamente descubrí que mi cuerpo no era más que un mero hábito o fulgor de las fuerzas que constituían mi espíritu, sino que me manejé para componer una droga por cuyo medio se podía destronar a esas fuerzas de su supremacía, y sustituir aquella forma y apariencia por una segunda, la cual no sería menos natural en mí porque fuera la expresión y llevase el sello de los elementos más bajos de mi alma.

Obra citada, p. 86.

En efecto, Jekyll y Hyde representan dos facetas de una misma persona, dos caras de una misma moneda pero gobernadas por potencias contrapuestas. Mientras Henry Jekyll se identificaba con “[…] un cincuentón alto, buen mozo, de rostro sereno, quizá con algo como una sombra de astucia, pero con todos los rasgos de la inteligencia y la bondad […]” (p. 32), y que dirigía sus acciones por una moral acorde a su posición social acomodada, Edward Hyde, por su parte, encarnaba lo totalmente opuesto.

El ser de aspecto “contrahecho” estaba absolutamente dominado por las pasiones, vicios y deseos más primitivos del humano. Regido esencialmente por el instinto, Míster Hyde se entregaba al placer de castigar cruelmente a quien se cruzara por su camino, motivado por un desprecio injustificado contra todo semejante. Esta realidad era conocida y aceptada por el distinguido doctor, la abrazaba mas permanecía prisionera en sus más profundos e íntimos pensamientos.

Gracias al ingenio y su pericia en la ciencia química, esta segunda personalidad del doctor le permitía dar rienda suelta a sus más sórdidos afanes. Se entiende, entonces, que la pócima de Jekyll no lo convertía en un monstruo de proporciones colosales o de horripilante fisonomía, sino que más bien dejaba escapar al segundo habitante de su consciencia.

Lo asombroso de aquello es que, en consecuencia, Edward Hyde no nombra a una especie de giro en 180° en la personalidad del científico –o no al menos a los ojos de Jekyll–, sino que es un ser con absoluta autonomía… y fisonomía. Entonces, ¿por qué resulta esquivo a la descripción? Podemos aventurar una respuesta a partir de las palabras del mismo doctor, extraídas de su confesión:

El lado malo de mi naturaleza era menos robusto y estaba menos desarrollado que el lado bueno, al que acaba de deponer. Además, en el curso de mi vida […] el lado malo había sido mucho menos ejercitado y se había gastado menos. Y de aquí vino a resultar, según pienso, que Edward Hyde fuera mucho más pequeño, más delgado y más joven que Henry Jekyll

Obra citada, p. 88.

Es del propio científico que, recién en el último capítulo de la novela, podemos acceder a una descripción de su doble: menos robusto, más pequeño, más delgado y más joven que Jekyll. De ser así, y por sobre sus viles acciones, entonces ¿por qué causaba tanto horror a sus víctimas? Pues porque lo terrorífico no sólo es suscitado por un otro monstruoso e inconcebible, sino también por lo conocido, por lo familiar.

Míster Hyde, un ser ominoso

La obra de Robert Louis Stevenson trabaja el tópico del científico que ambiciona a toda costa desentrañar los secretos de la existencia; pero en este caso excede la realidad natural objetiva y se expande a la realidad subjetiva. De ahí que profundice en las oscuridades propias de la humanidad previas al condicionamiento cultural y moral.

Bruce Banner / The Hulk por Alex Ross

Al inaugurar las conjeturas respecto de un sustrato subconsciente donde anidan las pulsiones reprimidas por las prohibiciones morales, Stevenson se anticipó al psicoanálisis freudiano y de paso proveyó a la ficción de un nuevo imaginario. Indudablemente, personajes como Hulk o Two-Face son deudores de Míster Hyde. Sin embargo, como señalábamos, Hyde se diferencia en que no es la encarnación de lo monstruoso o lo horrendo, sino de lo familiar pero de indescriptible extrañeza.

Harvey Dent / Two-Face por Tim Sale

Al respecto, el padre del psicoanálisis, Sigmund Freud (1856-1939), teorizó sobre el pavor a lo conocido a partir del concepto de lo ominoso. En su ensayo de 1919 titulado Das Unheimliche, postuló que “lo ominoso es aquella variedad de lo terrorífico que se remonta a lo consabido de antiguo, a lo familiar desde hace largo tiempo” (p. 220), y más adelante agrega:

A menudo y con facilidad se tiene un efecto ominoso cuando se borran los límites entre fantasía y realidad, cuando aparece frente a nosotros como real algo que habíamos tenido por fantástico, cuando un símbolo asume la plena operación y el significado de lo simbolizado.

Sigmund Freud, Obras completas, Volumen 17: De la historia de una neurosis infantil y otras obras (1917-19). Buenos Aires: Amorrortu ed., 1992, p. 244.

A pesar de que Edward Hyde no es una persona dotada de características sobre humanas, aterra por el hecho de tratarse de un hombre a medio camino en su desarrollo. Nada falta ni sobra, todo está según la habitual conformación; sin embargo, su estructura anatómica no se ha desarrollado proporcionalmente. Es más, su maldad ha crecido inversamente proporcional a su físico.

Quizás en esta singular cualidad del personaje radica el porqué de que el cine no haya dado con una imagen contundente y trascendente para este clásico de la literatura decimonónica, a diferencia de lo hecho con otras insignes criaturas.

No obstante, lo anterior no deja de tener sentido. Si la maldad de Míster Hyde se funda en la desatadura de las amarras morales, esa perversidad, por tanto, no puede tener una forma inmutable, pues los vicios y obscenidades de la mente humana varían según época y contexto. En consecuencia, cada representación de las oscuridades de Henry Jekyll es susceptible de erigirse como el espejo de las depravaciones de la sociedad en la que se inserte.

La ominosa presencia de Edward Hyde escapa a cualquier descripción física, a la vez que incluso se escabulle de nuestras posibilidades para imaginarlo. Aquello ya es terrorífico de por sí. Pero el infame sentimiento se acrecienta con la fantasiosa imagen de un hombre que busca afanosamente el método mediante el cual bloquear todo condicionamiento moral, para arrojar al mundo un ser que siembre el caos en un hedonismo desenfrenado.

Sin embargo, Stevenson fue moderado en su relato. El autor británico no ahondó en perversiones sexuales ni violencia de género, más allá del primer avistamiento de Hyde en el que atropella y golpea a una niña a vista y paciencia de los transeúntes, y cuya única sanción fue llegar a una compensación económica con la familia de la pequeña. –Por mucho que lo recién relatado alegorice una violación, asemejándose incluso en la impunidad del agresor–.

Lamentablemente, sabemos que la realidad supera con creces la ficción. En el contexto actual, no necesitamos leer una novela de terror gótico para experimentar un sentir ominoso; tan sólo es necesario salir a las calles y manifestarse en contra de las injusticias sociales y ser víctimas de los protocolos de represión del Estado.

Hoy, lo ominoso es pan de cada día. Hoy no hace falta una intrincada receta química para una pócima extraordinaria; basta un uniforme, un casco, una luma y una autoridad indolente, para liberar al Míster Hyde en los subordinados.