Reseña: El Instituto

La última novela de Stephen King, El Instituto, es un retorno a algunos de sus fetiches favoritos, además de una apuesta segura y poco innovadora.

Escrito por Ktlean

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Desde hace muchos años que ya nadie puede discutir que Stephen King es uno de los grandes autores del mundo editorial y también uno de los más prolíficos. A pesar de su edad, publica dos o tres libros al año y no es raro que una o todas esas publicaciones anuales adquieran envergadura de best seller.

En el pasado 2019, Plaza y Janés publicó en Chile El Instituto, que si bien no causó tanto impacto como El visitante (2018), que ya cuenta con una exitosa serie producida por HBO, cumple con todas las características propias de su universo y la calidad de su narrativa.

La historia

Las primeras páginas de El Instituto nos presentan a Tim Jamieson, un ex policía que decide comenzar su vida desde cero en un perdido pueblo de Carolina del Sur, llamado DuPray. Cumpliendo el rol de sereno, Tim se va ganando poco a poco a sus vecinos con muestras de responsabilidad y valentía.

Tim nos cae bien, como nos caen muchos personajes de Stephen King, hombres o mujeres simples, pero buena gente. El problema es que nada más terminada la primera parte del libro, nos cambian de escenario y de personajes.

Conocemos entonces a Luke Ellis, un niño de doce años que muestra un gran intelecto y, a veces, cuando se altera, mueve cosas solo con el poder de su mente. Sus habilidades podrían acarrearle dificultades en su vida diaria, pero Luke tiene buenos padres, va a un colegio donde reconocen y potencian en la medida de lo posible su inteligencia y también un mejor amigo.

El segundo problema es que una noche, un grupo de desconocidos entran a su casa, asesinan a sus padres y lo secuestran para llevarlo a lo que llaman El Instituto.

Entonces comienza la verdadera historia.

En el interior del Instituto

King es bastante bueno creando lugares que den miedo. Un hotel, un pueblo entero, la anodina casa de una mujer solitaria. Aunque ha recurrido a las imágenes habituales del género, como la casa embrujada o el sótano, no se limita a ellos. Cualquier espacio puede contener el mal, ya sea de origen netamente humano o nacido de algo más complejo. Sin embargo, todos estos sitios suelen ser típicos y cotidianos, al menos hasta que King los hace suyos.

El Instituto no es normal y eso nos queda claro desde el principio.

Perdido en lo profundo de un bosque en Maine y oculto a la opinión pública, alimentándose de todas las ideas que tenemos de los laboratorios donde se experimenta con seres humanos, pero peor. No es que sea más tenebroso o más cruel (al menos durante la primera mitad del libro); lo terrible es que quiere aparentar normalidad.

Cuando Luke despierta tras su secuestro no lo hace en un calabozo oscuro y húmedo, sino en una habitación que es una copia casi exacta de la suya, la que tenía en casa de sus padres. La diferencia es que ese dormitorio no tiene ventana y da a un pasillo desconocido, a un patio de juegos donde los niños solo aparentan felicidad y un comedor con máquinas donde se puede conseguir alcohol no importa la edad que tengas.

El Instituto alberga una maldad que King maneja muy bien: la humana. La historia contiene aspectos paranormales, pero la crueldad no tiene más origen que la ambición, el fanatismo y la impunidad que entrega trabajar para algo superior incluso al gobierno de Estados Unidos. Y lo peor: las víctimas son niños vulnerables e indefensos.

¿O no?

Los niños psíquicos y la infancia vulnerable

Quizás sería pecar de simple el decir que El Instituto trata sobre niños psíquicos. Simple, sí, pero cierto. Este libro, que cuenta con 615 páginas, trata de niños psíquicos que mueven cosas con la mente y leen los pensamientos de los demás.

Los fetiches del señor King comienzan pronto.

Porque sí, es bastante habitual que el escritor de It y El Resplandor ponga a niños o adolescentes que pueden hacer cosas raras con la mente de protagonistas. Los ejemplos que vienen más fácil a la mente son Carrie y Danny Torrance, pero algunos incluyen en el grupo también al Club de Perdedores que separados no tienen habilidades evidentes, pero juntos son capaces incluso de derrotar a un monstruo cósmico.

En El Instituto el plantel de niños con poderes es suculento y variado. Cambiante, incluso. Muchos llegan a la Mitad Delantera, pero no se quedan mucho tiempo. Pronto son llevados a la Mitad Trasera, donde las cosas son peores y donde duran menos tiempo aún.  Por sus habitaciones pasan niños y adolescentes de ambos sexos, algunos con capacidades telequinéticas (o TQ, como son llamados en el libro) y otros con capacidades telepáticas (TP).

Lo interesante es que independiente de esos poderes o habilidades, estos niños no dejan de ser vulnerables ni dejan de estar a merced de adultos capaces de hacerles daño. El hecho de que sean capaces de leer la mente o mover cosas sin tocarlas aumenta la sensación de impotencia.

Uno se pregunta qué oportunidad pueden tener un grupo de niños maltratados contra un grupo de adultos con armas, que son solo las cabezas de una hidra cuyo cuerpo está oculto. ¿Cómo derrotar a un lugar del que nadie creerá su existencia? ¿Cómo salir del Instituto e impedir que otro niño vuelva a entrar por sus puertas?

King lo responde a su manera en una novela que a veces avanza a velocidad crucero y de golpe aprieta el acelerador.

Opinión personal

Después de leer varios libros del autor, es fácil trazar las similitudes con otras de sus obras. King parece volver sobre ciertos conceptos una y otra vez. Si las trata desde una perspectiva diferente o no, o si la repetición se vuelve molesta, es una pregunta que cada lector debe responder. En lo particular, no me molesta porque comparto muchas de sus obsesiones. Pero no voy a negar que hay imágenes o personajes que recuerdan mucho a otras archiconocidas de su universo.

La historia de El Instituto entretiene y quizás no debamos pedirle más. Basta con disfrutarla y entender que cuando se tienen 72 años y una muy larga lista de libros a la espalda, es normal intentar mantener el éxito con lo que se ha comprobado que funciona.