Hellblazer: Abrázame

Neil Gaiman y Dave McKean entregan una cotidiana, humana y profunda visión de Constantine, en esta mundana historia de Hellblazer.

Escrito por Orin

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Tras el nacimiento del personaje en las páginas de La Cosa del Pantano, John Constantine comenzó a vivir sus propias aventuras en el título Hellblazer de DC Comics, a partir de 1988. Luego, desde la creación de Vertigo en 1993, comenzó a publicarse bajo ese sello y rápidamente se convirtió en una de sus obras más exitosas.

Hellblazer narra las aventuras del antihéroe John Constantine, un exorcista y maestro de las artes ocultas que se hace cargo de los casos paranormales que ocurren en el Universo de DC; sucesos que, por sus características ligadas a la magia y a lo demoníaco, los superhéroes tradicionales no pueden hacer frente.

En un inicio, el título estuvo a cargo de los británicos Jamie Delano y John Ridgway, guionista y dibujante respectivamente. Sus historias tramaron el contexto del personaje y el tono de la publicación; es decir, estructuraron la vida y personalidad de Constantine, y definieron el carácter de los relatos, enmarcados en el horror sobrenatural como una metáfora que criticaba la vida inglesa de los últimos años del siglo XX.

Pero hacia 1990, Delano decidió tomarse un descanso en la escritura, por lo que la editorial solicitó a Grant Morrison y a Neil Gaiman escribir unos “números de relleno”. Gracias a esta afortunada sucesión de hechos, es que Gaiman tuvo la posibilidad de brindarnos su visión del personaje. Y no lo hizo solo, sino acompañado de su amigo y colaborador para las espectaculares portadas de The Sandman, el artista Dave McKean.

Neil Gaiman y Dave McKean

¿Y cuál era esa visión que tenía Gaiman para el sarcástico mago punk adicto a la nicotina de Liverpool? ¿Esa perspectiva para ese doble callejero de Sting pero más cínico e individualista? Bueno, una exquisitamente mundana, la verdad…

Entre las contradicciones de la fría ciudad, las pesadillas aún caminan

En el número 27 de Hellblazer, en marzo de 1990, se publicó Abrázame (Hold me) por Gaiman y McKean. En esta historia, Constantine, luego de tomarse unos tragos en una fiesta, va a dar al departamento de Anthea, una mujer que dirige un refugio para indigentes en Londres. Paradójicamente, John se entera que, en el mismo piso donde vive Anthea, hace seis meses una pareja de vagabundos había muerto por hipotermia.

Lo que no sabían los vecinos ni la policía que halló los cuerpos, era que en realidad fueron tres los sujetos que ocuparon ese departamento. El tercer hombre fue el primero en morir, puesto que sin tener una pareja que calentase su cuerpo, sucumbió al frío antes que los demás. Su alma quedó deambulando por el edificio en busca de alguien que, con un abrazo, lo hiciera capear la fría primavera.

Rondaron por el barrio como ratas harapientas, pasándose la botella de mano en mano. Encontraron su madriguera en el 4º piso. Ni luz, ni agua, ni comida; pero era un lugar donde estar, donde esconderse hasta que las cosas se calentaran. Hacía tanto frío esa primavera.

Eventualmente, John se verá cara a cara con la espectral presencia del desgraciado indigente, sin embargo será un encuentro alejado de los hechizos y exorcismos habituales del título. Y esto porque el asunto paranormal es un elemento secundario para Gaiman, incluso anecdótico. Lo realmente importante es, paradójicamente, lo intrascendente, lo cotidiano de la vida en la ciudad, lo familiar, lo usual; porque es ahí, en lo mundanamente aparente, donde se esconden las pequeñas-grandes oscuridades del ser humano.

La xenofobia de un taxista, la cruda realidad de la indigencia en Londres, el cinismo de “los progres”… en fin, las contradicciones de la vida posmoderna son los verdaderos demonios a los que Neil Gaiman hará enfrentar a John Constantine. Es decir, Abrázame está cargado de una abrumadora conciencia, tan abrumadora como una fría noche de primavera a la intemperie.

Gaiman traspasa a Constantine su conciencia de la verdadera realidad del Reino Unido bajo las políticas conservadoras y represivas de “la Dama de Hierro”. Y ese ejercicio de proyección de una subjetividad tanto personal como colectiva, le cae como anillo al dedo al sarcástico exorcista, pues él siempre ha sido consciente de que el bien y el mal son sólo cuestión de perspectiva.

A su vez, si el argumento evidencia una conciencia contextual y epocal, el arte de Dave McKean demuestra una conciencia sin igual respecto del lenguaje gráfico, de las posibilidades narrativas y expresivas del dibujo, del cómic como género visual-literario.

Mientras autores como John Ridgway o Richard Piers Rayner nos tenían acostumbrados a un dibujo más bien “feísta”, que buscaba transmitir desagrado y terror a través de representaciones grotescas, McKean, por su parte, recurre al achurado y a la mancha para indefinir los volúmenes, para que los cuerpos transiten cómodos entre la figura y la forma.

Cada plano, cada viñeta funciona, de manera independiente y en su interrelación, como un espejo de lo humano en sus múltiples dimensiones. Es decir, lo objetivo se funde con lo subjetivo, la percepción concreta se traslapa con la impresión emotiva, la descripción física de lo real dialoga fluidamente con la interpretación metafísica de los fenómenos.

En Abrázame nos encontramos no con el Dave McKean del collage, de la técnica mixta, de la experimentalidad plástica y visual de las portadas de The Sandman o de las páginas de Arkham Asylum; sino con el Dave McKean dibujante, con el artista del grafito y el tiralíneas, con el conocedor de la anatomía, de la geometría de la ciudad y de la sensibilidad humana.

Hellblazer: Abrázame, una obra con todos los ingredientes para elevar al cómic a la categoría de arte. No porque sea una “historieta para adultos”, sino porque pone en evidencia la riqueza narrativa, visual, literaria del género. Un cómic mundano y contemporáneo, verosímil. Tan verosímil como encontrarse con un sujeto alto, hermético y taciturno, vestido con gabardina y con un cigarrillo en la mano, de un singular parecido al vocalista de The Police, en una fiesta improvisada, en una fría noche de primavera.