Dardos corporales: «Es a esto a lo que ellos llaman rojo»

Escrito por Jean Véliz D´Angelo, Dardos corporales nos sumerge en la perturbada mente de Pablo Droguett, un asesino múltiple.

Escrito por Ktlean

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Corría el año 2015 cuando Pansdermia Editorial publicó la, hasta ahora, única novela de Jean Véliz D´Angelo, Dardos corporales: retrato de un homicida múltiple.

Profesora de diversos talleres literarios, fundadora de Punto de Giro (donde también hace clases) y una de las cabezas detrás de Sietch Ediciones, Jean Véliz ha ayudado a muchas personas a lo largo de su carrera a encontrar su voz como autores y a mejorar sus obras. Pero también nos ha legado sus propias páginas, ya sea a través de cuentos (es una de las autoras antologadas en Pacífica: Crónicas atemporales de la guerra y prontamente aparecerá en la antología femenina sobre zombies de Cathartes y en una antología de terror de Ignición Editorial) o de la novela que inspira esta reseña.

Con un total de 257 páginas y disponible aún en librerías o en formato e-book, Dardos corporales se adentra en la mente de Pablo Droguett, un fotógrafo que padece una extraña enfermedad, el Síndrome de Auschemberg, que le impide distinguir cualquier tipo de color. Esto, sumado a la compleja relación con su madre, serán el punto inicial de su descenso al lado más oscuro de su propia mente.

Madre/Musa

Pablo Droguett tiene una vida que muchos, en un snobismo ciego, pueden envidiar. Es nieto de un hombre rico, hijo de una artista y reside en un país europeo, donde desde niño se codea con intelectuales de clase alta. Pero no es feliz. A medida que conocemos cómo funcionan las cosas en su casa, donde vive solo con su madre, nos damos cuenta que no está muy lejos de ser un niño en estado de abandono, dejado casi a su suerte en el día a día.

Y es que Alicia, su madre, parece demasiado inmersa en sus cuadros y en sus pasajeras relaciones como para ponerle real atención. De su padre no sabe nada y sus abuelos están demasiado lejos para hacer algo al respecto y es posible que ni siquiera les importe.

A pesar de esto (o quizás debido a esto), Pablo siente una fuerte atracción hacia su madre, un especie de fascinación que más que en madre, poco a poco y de manera subconsciente al principio, la va transformando en una musa. Es una figura lejana, imposible de atrapar y de entender, lo que despierta en su hijo una serie de sentimientos difíciles de comprender, tanto para él como para nosotros.

Durante su infancia y adolescencia, Pablo la orbita durante sus exposiciones y mientras pinta encerrada en el taller que tiene en la casa. Esta situación se mantiene hasta que ocurre la tragedia que pondrá fin a la vida de Alicia y que marcará para siempre la del protagonista. En medio de una escena escabrosa, traumática para cualquiera que tuviera la desgracia de encontrarse en el lugar de Pablo, el joven por fin encuentra un sentido. Encuentra un color.

Lo que ellos llaman rojo

El Síndrome de Auschemberg no existe, pero podría perfectamente existir. Enfermedades extrañas y prácticamente desconocidas para la opinión pública hay cientos y esta en particular no se distancia mucho del Daltonismo Acromático (en la novela se le da el nombre alternativo de Acromatismo crónico). En resumen, una condición que «condena» a quien la padece a ver todo el mundo en una escala de grises, sin que puedan saber nunca qué es el verde o el azul o el amarillo o cualquier otro color.

Tanto Pablo como su madre la padecen y eso genera un punto de quiebre inmediato, ya que la mujer es una artista, más concretamente una pintora. Pero incluso a pesar de su condición, sus cuadros cautivan a los críticos y son tan llamativos que probablemente nadie imaginaría que Alicia posee ceguera cromática. Lo mismo sucede con su hijo, quien desde joven muestra interés y talento para la fotografía.

Sin embargo, como ya se dijo más adelante, llega un momento en la novela donde Pablo encuentra un color, el rojo, el color de la sangre. Es gracias a ese conocimiento innato, casi instintivo, que el protagonista comienza a distinguirlo entre el gris de su vida. La sangre es roja, por ende lo que mancha sus manos es aquello que los que sí podemos distinguir colores llamamos rojo.

Cuando su vida da un vuelco y se queda completamente solo, Pablo decide viajar a Londres, donde planea dedicarse a la fotografía de manera profesional. Poco a poco se va gestando en él un cambio que el lector atento prevé desde las primeras páginas, una psicopatía latente que une sus dos fascinaciones: las mujeres, en una evocación consciente e inconsciente de su madre, y el único color que existe para él.

Los crímenes se suceden, al tiempo que vemos a Pablo perderse más y más en su particular forma de ver el mundo. Tal como anuncia el subtítulo de la novela, en este retrato de un homicida múltiple, conoceremos de primera fuente cómo funciona la mente de un asesino.

Partes de mujeres

El arte tiene el poder de mostrarnos el mundo a través de distintos medios, formatos, técnicas y perspectivas. Ya sea con la imagen, la palabra, el sonido o incluso los olores y el tacto, los artistas atrapan una parte de lo que conocemos para transformarlo o simplemente exponerlo. Pero si bien hay corrientes que buscan una representación absoluta de lo que entendemos como realidad (como aquellos libros en la época medieval que para contar un evento cercano al presente comenzaban a relatar desde la creación), lo cierto es que la obra artística es tan limitada como quienes las crean.

Los artistas más bien realizan una selección, toman una muestra y desde el detalle se acercan más o menos a una idea total («el fuego, todos los fuegos», por citar lo que dijo Cortázar en una entrevista). Y aunque lo haga de una manera horripilante, sangrienta y criminal, Pablo Droguett cumple esto a cabalidad.

Fascinado por partes específicas de las mujeres que mata (las manos o la boca, por ejemplo), toma de ellas lo que necesita para luego agregarlo a su exposición. Es un artista del detalle, experto en buscar el rasgo más perfecto o atractivo de sus musas. Parecer hacerlo en búsqueda de la mujer perfecta, que no tiene por qué ser una sola, sino todas contribuyendo con alguna parte. Un cadáver exquisito, pastiche sangriento.

De esa forma se acerca él a esa idea inconcebible y obsesiva de lo que es la mujer. Y el rojo, no hay que olvidar nunca el rojo.

Opinión personal

Para quien escribe esta reseña, hay pocas cosas más fascinantes que una buena historia sobre crímenes. Si están narradas desde la perspectiva del mal, aún mejor, ya que muchas veces la vereda opuesta, la del detective o investigador, se siente como la vía cómoda, lo políticamente correcto. Tal como dice en la contraportada del libro, no es fácil «injertarse con convicción en la piel del mal». Y en este caso, el que Pablo nos horrorice, nos confunda y nos violente es una buena señal.

Dardos corporales es un deber para todos aquellos que gustan de este tipo de historias, pero también para los que quieran ver qué tan hondo puede nadar en la oscuridad una autora cuando está decidida a mostrarnos una parte de la mente humana que ojalá no existiera, pero existe.