Comentarios sobre Tomás de Érika Pino y Fernan C. Lorca

Tomás, por Ékara y Ferdinnan, publicado por Editorial Dogitia: la historia de un niño de sonrisa desdentada que un día desaparece

Escrito por VladMIR

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En cualquier caso ¿qué horror ficticio sencillo, por grotescamente magnificado que esté, puede compararse siquiera con el complejo entramado de miseria y desencanto que es la mera rutina humana?

Thomas Ligotti

El sábado 10 de octubre en la FIC Santiago 2020, se realizó la presentación del cómic Tomás de Erika Pino (Ékara) y Fernanda C. Lorca (Ferdinnan), de la editorial Dogitia.

Tomás es un cómic cargado de metáforas que en esta nota comentamos, desde una perspectiva subjetiva, sobre las emociones que puede provocar.

Una Tragedia Moderna

La cita del inicio está insertada en la presentación del cómic, una advertencia de lo que encontraremos adentro. La rutina humana como un horror que enfrentamos cada día, o una tragedia griega de la cual somos meros espectadores.

Pocas veces una historia sencilla, lineal, predecible, con una narración simple, logra evocar la catarsis del espectador. Con Tomás, el lector rememora aquellas emociones que, durante la rutina de la vida, quedan en hibernación.

Un barrio tranquilo, de gente tranquila

Argumento

La narradora es una joven sin nombre de 19 años. Nos presenta a Tomás, un niño de 9 años que siempre deambula por la villa, amigable, tierno, de sonrisa desdentada. El niño le cuenta a la joven que no asistió al colegio y gracias a eso tiene to’a la tarde pa’jugar.

Tomás es cotidianamente acogido en la casa de nuestra narradora, con la que juega y aprende a leer, mientras la madre le da de comer. Se da a entender que el niño no es marginal o de riesgo social, solo es de los botados, aquellos cuyos padres trabajan todo el día.

Hasta que de un día pa’otro… el Tomi desapareció. Una búsqueda intensa de los círculos sociales, vecinos, amigos, familiares, todos participan. Pero la búsqueda se va dilatando y difuminando en el tiempo.

El niño de sonrisa desdentada

Esa es la historia. 28 páginas sobre un niño que se pierde.

La zapatilla perdida

La zapatilla aparece en una plana, símbolo presente en gran parte de la literatura, representa al niño perdido, metonimia del cuerpo desaparecido, mientras que su espíritu está presente en quienes lo buscan.

¿Dónde está la otra zapatilla?

Aunque sabemos que será buscado por su familia y amigos, el inexorable paso del tiempo irá mermando el ímpetu inicial, pasando su búsqueda a un segundo plano, donde la sociedad seguirá con su vida rutinaria. Y después de un tiempo, el Tomi ya era sólo un recuerdo.

Lo abstracto como íntimo

Tomás, Juan, Pedro, Daniela, María, José, Gabriela… elijan el nombre, dará lo mismo. El niño es genérico, descrito de forma común. Todos conocemos un Tomás, en mayor o menor medida, a veces solo de oídas, otras por contacto directo; ese niño que no pasa necesidades, no es marginal, no es golpeado, no cumple con ninguno de los supuestos que incitan a la intervención de familiares, amigos o del Estado.

Una once común en un hogar común

La narradora y su madre no tienen nombre, también son genéricas, son nuestro vínculo emocional con los Tomás de la vida.

La secuencia del cartel de niño perdido es la metáfora de la memoria colectiva. La sociedad en conjunto va olvidando y los recuerdos solo se mantienen en la mente de los más involucrados. ¿Acaso no todos conocemos una historia parecida? Contada en las cenas, almuerzos, en las reuniones familiares o vecinales, una historia de “enseñanza” para los niños.

El cartel como metáfora de la memoria

Tomás es una tragedia griega, en la cual los dioses intervienen el destino del niño para enrostrarnos que somos el coro: meros testigos de las vicisitudes de otro. Podríamos intervenir, salvar al protagonista, buscar un final más esperanzador, pero nuestra propia inactividad, nuestro morbo por ver el resultado predestinado es mayor. Nos gusta creer que las tragedias son actos de los dioses, para autoelogiarnos diciendo «sabía que iba a pasar».

Los Fantasmas

Tomás también es una historia de fantasmas, de las que producen inquietud en el lector, esa sensación de incomodidad ante una aparición sobrenatural. Su presencia nos dice lo que no queremos saber.

Recuerda a la novela Los Niños Perdidos de Orson Scott Card. Mientras los niños se perdían, el protagonista solo era un observador indolente de la tragedia, sin injerencia en las desapariciones. En la resolución de la trama, los niños realizan un último acto de aparición fantasmal para despedirse de sus padres; al día siguiente encuentran los cuerpos.

Pero en la novela identificaremos al culpable, además de las razones de su actuar, esos detalles permiten que el lector se aliene de la narración. El lector solo es un espectador de una situación concreta, no hay relación con los niños.

Una joven común en un barrio común

Tomás Videla solo tiene nombre y apellido en apariencia, no importan a la trama. Sus padres trabajaban todo el día, el colegio no tenía control de las ausencias del niño, los vecinos solo veían un futuro caso de abandono. El niño de sonrisa desdentada también realiza un último acto de aparición fantasmal, pero sólo para jugar, un ratito, aunque sea, una despedida de su amiga, después de meses de estar perdido. Pero la falta de descripción de los hechos, no permite desvincularnos de la historia.

El Ludo

En 28 páginas, con menos palabras que esta nota, Tomás produce la angustia de la normalidad. Le pone un rostro abstracto a una historia que se repite constantemente.

El Ludo, un juego de mesa que ha cruzado generaciones, casi omnipresente en cada hogar, es usado como elemento de intimidad hogareña con el niño botado. Evocando aquellos recuerdos familiares en el cual los juegos de mesa son momentos de esparcimiento, diversión, risas, burlas, discusiones, enojos, venganzas sangrienta y heridas de guerra.

El Ludo como elemento común en el hogar

Pero el Ludo también es usado como elemento de despedida, en una agonía emocional, marcada por frases escuetas, imágenes de dados y fichas, el juego nos guía al previsible final. El Ludo ahora nos recuerda fantasmas y emociones pasadas.

El Ludo como elemento de despedida

Sí, sabíamos el final, desde el mismo momento que abrimos el cómic. Pero, como en toda historia, tenemos un hálito de esperanza que las autoras muestren compasión con el lector, una especie de epílogo que alivie la carga.

Pero desde el momento que no tenemos más información que la despedida del niño, tenemos la certeza de que las autoras no nos darán pie para alejarnos de la trama. La página final solo nos da más dolor, un disparo al alma, que nos vuelve a enrostrar que es una historia de un niño que puede ser tu vecino.

El Terror como lección

Tomás es una historia de terror para adultos, en la cual el mayor monstruo a enfrentar es la rutina, aquella que nos aliena y nos cierra en nuestras burbujas individuales, haciéndonos olvidar una de las esencias de la sociedad: los niños son de todos y todos debemos cuidarlos.

El punto fuerte del relato es mantenernos en la perspectiva de la narradora sin nombre. No tendremos conocimiento del dolor del niño, tampoco de la angustia de los padres; de cuándo y cómo fue el secuestro, no sabremos quién fue el secuestrador, qué le hizo en el tiempo que lo tuvo en su poder. Queda a la imaginación de cada lector.

Las lagrimas de la normalidad

El relato utiliza elementos comunes, pero no busca identificarnos con la narradora, nos transforma en los vecinos indolentes. No nos deja neutros, mueve las entrañas emocionales, aquellas sensaciones que te dicen que hay algo mal, pero la normalización de la indolencia no nos permite entenderlo.

El juego, la despedida, las escuetas y simbólicas frases, aquellos planos y composiciones de las viñetas, todo conjuga a despertar sentimientos dormidos, aquellos que humedecen los ojos sin entender la causa, y solo mediante el análisis de la catarsis, entiendes que es lo que está mal.

Durante un buen tiempo, al que escribe, se le mojarán los ojos cuando juegue al Ludo, por lo menos un ratito, aunque sea.

El par está completo