Hablemos de géneros: Literatura de vampiros

Estos monstruos parecen ser transversales a la novela de terror, pero, ¿cómo se ha construído su legado? Revisemos la literatura de vampiros.

Escrito por Pía Marian

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Los vampiros son, probablemente, uno de los monstruos mitológicos más populares. No solo porque parecen ser transversales a la literatura de terror, también se pueden rastrear en una variedad asombrosa de culturas. Desde la diosa mesopotámica Lamashtu hasta los chupasangre europeos, todos estos pequeños fragmentos de información han contruido un imaginario en permanente evolución.

En este artículo, se revisará específicamente a los vampiros occidentales y a la literatura que hay sobre ellos.

El tratado de los vampiros

Publicado a mediados del siglo XVIII, este libro es una de las referencias más completas que tenemos de ellos. Escrito por Agustín Calmet, el abad realizó una recopilación de supuestos casos de vampirismo reales.

Muchos de ellos se remontan incluso a la antigua Grecia, algo que nos da cuenta de lo presentes que han estado en el folclore europeo. Esto sentará muchas bases de lo que conocemos como su leyenda: ciertas habilidades sobrenaturales, el beber sangre y levantarse de su tumba para agredir a los vivos.

El libro va más allá, insertando una reflexión muy propia de su contexto, pero que calaría profundamente en la literatura al respecto, pues solo Dios tiene la capacidad de revivir a los muertos. Si no es obra suya, debe serlo del diablo.

Posiblemente, en base a esto a los vampiros se les considerará entidades malignas, asociadas a Satanás.

Posteriormente, llegaría el romanticismo y, con él, la novela gótica, que tenía bastante claro lo que deseaba hacer con estas criaturas: pecaminosos monstruos sexys.

De Aurelia a Carmilla

Parece una broma, pero está bastante lejos de serlo. Esto se relaciona con el periodo literario del que estamos hablando.

El romanticismo es un movimiento bastante complicado. Por un lado, sintió un profundo amor por el folclore y el paganismo. Por otro, respeta fuertemente los valores cristianos, la culpa forma parte importante de sus personajes y posee una profunda aversión al sexo debido al auge de las ETS.

En 1821, E.T.A. Hoffman publicaría un cuento llamado Vampirismo. Primero, presenta contexto para que el lector comprenda un poco al tipo de criaturas que lo protagonizan para adentrarse en su trama: el conde Hippolit se ha enamorado de Aurelia, una joven a quien acoge junto a su madre, baronesa de mala reputación.

Se nos presenta al vampiro como una criatura que ha sido presa de algún tipo de maldición y, especialmente, como una mujer hermosa que ejerce una atracción fatal sobre el protagonista.

Esto cobrará más fuerza en el relato La muerta enamorada, de Théophile Gautier (1836). Conocemos a la sensual vampiresa Clarimonde, quien se enamora del joven sacerdote  Romuald, llevándolo a su castillo para convertirlo en su amante.

El conflicto detrás es bastante evidente: la criatura demoníaca intenta alejar al joven de Dios mediante diversos placeres que parten en lo sexual y acaban en vicios como el juego o la gula.

Este tema se repetirá en Carmilla, de Sheridan Le Fanu (1872), donde la vampiresa Mircalla se aprovechará del aislamiento de Laura, la protagonista, para seducirla y manipularla. Intenta corromper a una muchacha virgen, un poderoso símbolo de pureza.

Es notorio como la mayor parte de estas criaturas son femeninas, una constante con excepciones como La dama pálida de Alexandre Dumas (1849). ESte texto posee muchas de las características que hemos visto, pero su protagonista, Hedwige, es seducida por los nobles Gregoriska y Kostaki, sobre cuyo linaje pesa una terrible maldición por matar a un sacerdote.

El motivo es un tópico muy común en este tiempo: la santa y la prostituta. El contraste entre la Virgen María y Eva, es decir, entre la mujer que acerca al hombre a Dios y la que lo incita al pecado, alejándolo del Todopoderoso.

En todas estas obras, el monstruo debe ser asesinado, una metáfora del triunfo de Dios por encima del Diablo. A pesar de esto, el encuentro con un vampiro siempre será algo que marcará al pobre mortal que fuera objeto de su afecto: Hippolit enloquece, Romuald llega a la vejez arrepintiéndose de darle muerte a su amada, Hedwige es mortalmente pálida tras besar al monstruo y Laura es incapaz de recordar a la vampira sin estremecerse.

También debemos tomar en cuenta que las habilidades y atributos de estas criaturas varían de forma importante entre cada historia: Carmilla puede convertirse en pantera, Clarimonde encanta con la mirada y ni Aurelia ni Kostaki parecen tener alguna capacidad especial. 

No será hasta 1897 que una novela ordenará, por fin, toda la información que hay dispersa sobre los vampiros.

El legado de Drácula

La novela de Bram Stoker no solo es maravillosa por tener elementos revolucionarios para su época, como se comentó en su reseña. Esta fue capaz de ordenar las habilidades de su monstruo y hacerlo mucho más rico.

Drácula, como personaje, no solo puede alterar la mente de las personas. Beber su sangre genera una conexión con él, tiene la habilidad de montar rayos de luna, trepar por las paredes y dominar a los animales. Sus debilidades también son claras: una rosa puesta sobre su ataúd le impide moverse, no puede cruzar agua en movimiento, el ajo lo repele igual que los símbolos religiosos y debe dormir con tierra de su patria en el ataúd.

Otra cosa interesante es la forma de mostrar al Conde: una entidad casi brumosa, a la que vemos pocas veces pero de quien escuchamos mucho, casi como una leyenda más que un individuo real.

También mantiene mucho del componente religioso asociado a estas criaturas, algo que se nota claramente en escenas donde los campesinos, aterrados, le entregan crucifijos a Jonathan.

El vampiro moderno 

Actualmente, la literatura vampírica ha despojado a estas criaturas de su componente demoníaco (aunque no siempre de su relación con Caín o la mitología cristiana) y puesto mucho más énfasis en el abandono de la humanidad y el adaptarse a un mundo al que no pertenecen.

Las Crónicas vampíricas de Anne Rice (1973) hacen un excelente trabajo tratando este tópico con personajes como Louis y Claudia, de Entrevista con el vampiro. Vive el primero en permanente conflicto con su naturaleza, y la segunda atrapada en el cuerpo de una niña a pesar de ser, realmente, una mujer adulta.

Algo similar ocurre en Déjame entrar (2004), novela del escritor John Ajvide Lindqvist. El vampirismo de Eli, una de las protagonistas, hace un paralelo con Oskar: una persona aislada, atrapada en su condición e incapaz de valerse por sí misma.

Incluso Crepúsculo,de Stephenie Meyer (2005), que es literatura romántica, intenta seguir esta línea. La saga se esfuerza por hacerle sentir al lector que los vampiros pelean por adaptarse y que, aquello que fueron en vida, tiene repercusiones en lo que son actualmente. 

Si hubiera que señalar una obra que recopiló, a su manera, todo lo que hemos visto, esta sería el juego de rol Vampiro: La Mascarada. Aglutina en su trasfondo una cantidad absurda de influencias: desde las más directas, como la habilidad de encantar con la mirada hasta detalles que solo son una curiosidad, como el defecto del clan Malkavian (la «locura», presente en El tratado de los vampiros).

Ahora, tenemos que tomar en cuenta que vampiros sufriendo por su condición no-muerta es algo que se remonta a la novela gótica, pero lo que antes eran comentarios aislados (como Drácula diciéndole a sus tres esposas que “alguna vez las amó” o Carmilla susurrando a Laura que “la odiará apenas sepa lo que es”) ahora es el foco principal.

Lo que antes era una gente del vicio ahora es un monstruo que aterra por reflejar la pérdida de la humanidad, cuya incapacidad para vivir en un mundo que ya no le pertenece puede generar más empatía de la que uno le gustaría.