«No miren arriba», ¿de verdad es una comedia?

Descubre una perspectiva diferente y más profunda de la nueva sátira de Netflix: No miren arriba. ¿Es una comedia? ¿Un drama? ¡Vamos a ver!

Escrito por White Usagi

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En este artículo vamos a dar un vistazo más profundo a No miren arriba, la película de Adam McKay y David Sirota disponible en Netflix.

Allá afuera existen muchas columnas maravillosamente escritas hablando del elenco o de la trama. En especial cómo esta juega con la cultura pop para entregar una idea fresca. Creo que esa es la razón principal de por qué hago esto unas cuantas semanas post-estreno, para acomodar mis ideas y ofrecer algo ligeramente divergente; algo que te motive a analizar la película de una forma diferente.

El contexto de No miren arriba (sin spoilers)

Kate Dibiasky (interpretada por Jennifer Lawrence), estudiante de posgrado de astronomía, descubre un cometa nuevo durante su pasantía en el telescopio Subaru instalado en Hawái, y el más importante del observatorio astronómico de Japón. Su profesor, el doctor Randall Mindy (interpretado por Leonardo DiCaprio), realiza algunos cálculos astrofísicos del descubrimiento y así descubre que este impactará la tierra con un 99.9% de certeza. Lo que sin duda aniquilará toda la vida en el planeta.

Así es como ambos inician toda una cruzada para convencer al gobierno, a la comunidad científica y a la población en general, del riesgo al que se enfrentan. Siendo víctimas de la presión mediática, el populismo y la falta de interés.

Tráiler de No miren arriba, Netflix

No te ríes del chiste, te ríes de la resignación

Este es el punto principal de mi análisis. El guion no busca presentar una sociedad exageradamente disfuncional como en Ideocrazy, película del 2006 dirigida por Mike Judge (sí, el creador de series como Deavis y Butt-head o Los reyes de la colina), o con actitudes incómodas que se burlan de la burocracia y la mediocridad como en The Office (serie de televisión del original del 2001, pero adaptada a muchos países, incluso Chile).

Lo que busca la película es llenar un gran balde con la fría realidad y lanzártelo en la cara a fin de generar un debate interno. La filosofía detrás es simple y complicada a la vez. Simple porque busca hacerte crecer como persona a través de la infranqueable resignación, y complicada porque esa es solo la punta del iceberg cuando se habla de ideas conflictivas.

Si viste la película, te pido que cierres los ojos e intentes recordar los momentos más importantes. Y hagas un paralelo con el entorno en el que vives. No tiene que tratarse de súper estrellas o enormes movimientos políticos. Solo haz el ejercicio de acomodar ese argumento a tu diario vivir. Puede que allí sientas un sabor diferente en la boca. Un sabor agridulce. Un sabor a decisiones de vida truncadas por la resignación de no poder cruzar el muro que está frente a ti. Un cruce perfecto entre la sátira y la vida que transforma el chiste en un drama oscuro. Y eso abre la puerta a un veneno aún más peligroso.

Escena de No miren arriba, Netflix.

Cuando la resignación se vuelve intolerancia

Principio de Hanlon: «Nunca atribuyas a la maldad lo que se explica adecuadamente por la estupidez».

Hablemos de supuestos. En mi reseña de MadGod, hablé sobre la posibilidad de que no existan fuerzas, gobiernos u organizaciones, con la inteligencia y el poder suficiente como para dominar a la humanidad. Que la vida, para bien y para mal, es la sumatoria de un montón de variables. Cientos, miles de anillos concéntricos de diferentes tamaños, sentidos y velocidad, que giran sobre un mismo núcleo. Cada uno de ellos representa una variable en constante cambio, un laberinto impredecible que debes cruzar en línea recta como el juego de la rana y el tráfico.

Siguiendo esa idea, se podría decir que esa muralla que te frena en ciertos momentos de tu vida no es permanente. Que ese obstáculo imposible se desvanecerá siguiendo las reglas de “no hay mal que dure para siempre”. Eso nos permite plantear el siguiente valor añadido: “Si el muro no es constante, entonces habrá personas que lo lograrán cruzar y otras que no”.

Escena de No miren arriba, Netflix.

De todas las personas que no puedan cruzar, estoy seguro de que la mayoría entenderá las reglas del juego y aprenderá de la vivencia a fin de crecer y esperar su oportunidad de avanzar; cada uno tiene sus propios tiempos al final de cuenta. ¿Pero qué pasa con aquellos que no saben cómo lidiar con la resignación?, ¿aquellos que miran cómo otros pueden avanzar mientras uno se queda atascado? Pues, generan resentimiento. Lo que florecerá como un denso sesgo de intolerancia.

No creo tener todas las respuestas, pero pienso que ese es el mensaje de #nomirenarriba. Cuando te sientes devastado, más allá del dinero o el poder, lo único que te queda es defender ese sentimiento. Quizá esa sea la razón por la que muchas veces no se puede entender cómo alguien puede defender ideas tan anticuadas como la superioridad por X factor u tantos otros temas similares. Quizá defender un valor imposible, incluso autodestructivo, los hace sentir “parte de algo”.

El final de No miren arriba: ¿de verdad existe un cambio de ritmo?

Las críticas negativas de la película se construyen sobre la idea de que esta abandona su etiqueta de sátira en el último cuarto. Abandonando la hipérbole distópica y transformándose en un ataque directo hacia cierta rama de la política. Quizá ahora entiendas hacia donde apunta mi interpretación.

En realidad, nunca hubo un cambio de ritmo en la película. Cada idea, desde el comienzo hasta el final, juega con la resignación para crear esa ilusión de comedia. Después de todo, «el mundo no es/no puede ser así, ¿no?». Y cuando te enfrentas a la angustiante realidad, que es muy posible de que algo así pase. Cuando logras distinguir los bandos y acomodarlos en situaciones reales del presente. Cuando puedes renombrar a los personajes según tu país. Entonces allí es cuando el mensaje te da un puñetazo en la cara.

Escena de Los Simpson, temporada 7, capítulo 14.