¿Cómo crear personajes femeninos sin recaer en la Mary Sue?

Últimamente, se ha reflexionado mucho sobre cómo representar a la mujer en la ficción. Y aquí presento la que, a mi juicio, sería la fórmula más eficiente.

Escrito por alexander.r.roez

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En el último tiempo, el gremio artístico ha enfatizado mucho en cómo retratamos a la mujer en la ficción. Tema que, por supuesto, no ha estado exento de controversias. Principalmente, por la propuesta feminista del empoderamiento femenino, y claro, los reclamos de sus detractores, quienes acusan a esta premisa de inclusión forzada.

Personalmente, no pienso que dicha propuesta llegue a ser algo “forzado”; después de todo, siempre han existido mujeres en la ficción, y alegar por ello, hasta suena ridículo. Aunque tampoco estoy diciendo que la propuesta del “empoderamiento” sea todo un acierto, al contrario, tiene muchos defectos. En esta ocasión, me gustaría compartir mis apreciaciones a dicha fórmula y la manera en que esta, en términos estructurales, podría funcionar.

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La primera autora que recuerdo indagar esta estructura, llevaría por nombre Alison Bechdel, con su obra Unas Lesbianas de Cuidado (2014). Una comedia que plasmó a la sociedad estadounidense tras la caída de la URRS, contando las vivencias de un grupo de amigas.

Dicha obra, es conocida por ser aquella donde la autora plantearía su pauta para desarrollar a un personaje femenino, requiriendo: Dos mujeres con identidad definida, mínimo; el entablar al menos un diálogo entre estas que no deba tener por tema un hombre. Simple, sutil, y eficiente.

Fuente: Bechdel, Alison; Unas Lesbianas de Cuidado; 2014

Esta fórmula, no solo destaca por brindar líneas y dimensiones a las mujeres dentro de una obra, sino que, retroactivamente, permite el uso de espacios paralelos a la trama con el fin de dar respiros a la misma. Sé que aquello no es novedad, pero hay que dar crédito a los resultados.

Sin embargo, con el avance de estos últimos años, el aporte de Bechdel se ha mantenido en la tensión frente a la audiencia, principalmente por la influencia mediática del feminismo, donde entraría este empoderamiento femenino a la narrativa.

Pero, ¿qué es el empoderamiento femenino? Básicamente, una representación épica donde las autoras, llaman a las mujeres a romper las cadenas que las suprimen, volviéndolas así las dueñas de su propio destino. Con esta premisa buscan ir más allá del arquetipo de la damisela en apuros, el Interés amoroso, la rubia tonta, entre otros.

Esto era todo muy lindo, hasta que sumaron a Mary Sue en la fórmula y todo se vino a pique. Como se vio con Elizabeth Banks y su spin-off de Los Ángeles de Charlie, o con Aves de Presa (2020) de Cathy Yan.

Para los que no conocen el término, Mary Sue, así como su gemelo, Gary Stue, es un arquetipo con el que los autores se autoproyectan en la obra, colmándolo de guionazos y de interminables líneas de lo «especial» que es, como Lulú Quiere ser Presidenta, de la autora chilena Josefa Araos. Personajes planos, sin personalidad, y además insoportables.

El pecado de Araos con esta niña se puede resumir en tres aspectos: Abusar de los calificativos, gritándote en la cara elementos que se verían mejor con hechos; tener a sus secundarios, principalmente a los varones, como meros adornos o la burla del cast (como se vio en el trato hacia Rafael, compañero de curso de Lulú) y quitarse el peso que significa la historia, reduciéndola a un trámite para un personaje que no evoluciona.

Lulú mejora a medida que se fueron escribiendo las secuelas, demostrando que Araos es una autora que supo tomarse en serio su trabajo, y que logra, con el paso del tiempo, mejorar la forma en la que entrega su mensaje.

A modo de síntesis, el problema de autoras como Araos, o Banks, es que intentan contra-golpear estereotipos que denominan sexistas, con otros peores, siendo a la vez ella sexistas, pues si bien, quieren dar un sentido de pertenencia a su trabajo (algo totalmente legítimo), idealizan a sus personajes femeninos de manera similar a los absurdos arquetipos masculinos de  películas de acción ochenteras pero a la inversa, algo tan desfasado, que no puedo creer que esta última, tenga el descaro de culpar a los hombres de su fracaso en la taquilla.

Así que, en palabras de la próxima autora: Huíd de la Mary Sue (2018).

Afortunadamente, dicho arquetipo nunca fue la única fórmula para escribir mujeres dentro de la ficción. Aquí, la escritora española Ana González Duque, creadora de Leyendas de la Tierra Límite (2014), propuso en su ensayo Las Chicas de la Literatura Fantástica juvenil: arquetipos femeninos (2018) algunos modelos típicos para escribir mujeres.

En dicho trabajo, González Duque describe la naturaleza de personajes como Molly Weasley, una matriarca que lleva firme las riendas de su hogar; o Minerva Mcgonagall, la respetable maestra de Hogwarts. Que incluso, me hizo recordar a asesinas como Beatrix Kiddo; o a supervivientes como Sarah Connor; y además, intelectuales como Hermione Granger o Hanji Zoe.

Por otro lado, lo interesante de estudiar a dichos personajes, resulta ser algo que muchas veces pasa por obvio, y es que, a nivel estructural, el desarrollo de un arquetipo es independiente de su sexo. La lista de González Duque podría estar compuesta de varones y nadie notaría la diferencia.

Pero entonces, si construir a un personaje femenino es exactamente igual a construir uno masculino, ¿qué marcaría la diferencia?

Simple, el Crear personajes. Es decir, plasmar esas líneas, buscando que los lectores empaticen con este, ya sea por las capas de su personalidad, y principalmente, por la relación que entabla con su medio. Algo que no se logra solo gritando: ¡Ellas son fuertes e independientes!

Un ejemplo sería el personaje de Marina, en Una Mujer Fantástica (2017), mujer transgénero que debe afrontar la muerte de su pareja, a la vez que lidia con las agresiones de la familia de este, poniéndose frente a frente con sus propias inseguridades.

Lo meritorio de esta señorita apunta a dos cosas. La primera, no apunta a ser solo un cuadro de “víctima” pro LGBT, ya que su historia apunta más a la superación del duelo; y la segunda, en cómo el mundo interior de esta y su alrededor se interrelacionan de forma íntegra.

Una de las escenas que, de hecho, lo demuestra, es aquella en que Marina va cruzando la calle y unos obreros pasan con un espejo, y ella, contempla incómoda su figura entre distorsiones. Dicho cuadro, comunica en breve el miedo interno de la protagonista hacia su imagen, volviéndola tangible, sin necesidad de un discurso para ello.

A esto se suma, que podemos verla en su día a día, lo que hace en su tiempo libre, su relación con su maestro de canto. Los momentos en que anda por la ciudad, como cualquier otro mortal que se pierde en las luces de la Alameda. Tan humana, real y simple a su vez; pero tan bien implementado que pararse a aplaudir es poco.

Y eso es lo mejor de esta fórmula, porque mientras algunos solo se quedan en lo explícito, gritando más de la cuenta, tenemos a esos pequeños íconos, esos que no lanzaron pancartas para enseñarnos su valor. Pues no sirve de nada marcar tanta pertenencia, si la sustancia no sigue ese ritmo.