Un volcán estalló en el mar: paisaje fragmentado

Analizamos la primera novela gráfica de Carola Josefa, Un volcán estalló en el mar, editado por Planeta Cómic

Escrito por Ktlean

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El cómic, denominado también como arte secuencial, ya es tan amplio como puede llegar a ser el cine o la literatura. Muy atrás quedaron los tiempos en que la palabra «historieta» era sinónimo inmediato de superhéroes o humor. En la actualidad, para muchos es el medio perfecto para transmitir cualquier tipo de historia.

En ese panorama, Chile no se queda atrás. A día de hoy es posible encontrar muestras de cómic documental (Nosotros los Selk´nam) o autobiográfico (el trabajo de Marcela Trujillo), además de propuestas que se alejan de lo clásico, ya sea en términos de trama como también en los aspectos artísticos.

Es el caso de Un volcán estalló en el mar, primera novela gráfica de Carola Josefa, artista nacida en el sur de Chile. Editado por Planeta Cómic, el libro presenta una historia intimista y un arte fragmentado y simple, dando como resultado páginas que a veces se pueden sentir frías, tal como es frío el país al que viaja la protagonista.

¿Qué nos deparan las páginas de Un volcán estalló en el mar? ¿A dónde viajaremos y, más importante aún, qué aprenderemos en ese viaje?

La historia

Claudia es una joven chilena que se siente perdida luego de haber terminado una relación de pareja. El hecho de pasar de un trabajo sin importancia a otro, sin poder dedicarse nunca a lo que realmente ama tampoco ayuda. Por eso decide dejar Chile atrás durante un tiempo y viaja a Islandia para visitar a su padre, quien vive allí desde hace años por motivos de trabajo.

Llega a Reikiavik, ciudad en la que tiene que comunicarse con su escueto inglés y donde no conoce a nadie más a que su papá. La relación con este es algo distante debido al tiempo que han pasado sin verse, choques de personalidad y el dolor que los une. Quizás es por esto, sumado a la curiosidad natural de alguien que se encuentra tan lejos de su hogar, que Claudia se esfuerza por entrar en contacto con otras personas.

Lo consigue gracias a una aplicación, conociendo personas de diversos países, algunos de los cuales incluso hablan español. Influenciada por sus nuevos amigos, Claudia decide emprender el Ring Road, un recorrido por todo el borde de Islandia.

Viaje interno, paisaje fragmentado

El tropo del road trip no pasa de moda, todo lo contrario. Cada cierto tiempo aparece una nueva historia donde él o la protagonista emprende un viaje en el sentido concreto de la palabra, pero que repercute de una forma interna en su vida. Libros como En el camino, de Jack Kerouac, o Hacia rutas salvajes (y su correspondiente película), de Jon Krakauer, no solo representan una buena muestra de este tropo, sino que resonaron en la vida de muchos lectores que quisieron hacer lo mismo.

No hay que olvidar tampoco que la que suele considerarse la primera novela gráfica chilena es precisamente un cómic con guion de Alberto Fuguet y arte de Gonzalo Martínez, titulado Road Story. Es decir, un road trip.

Y eso es justo lo que es Un volcán estalló en el mar: el viaje de un personaje para reencontrarse a sí mismo. En ese sentido, la anécdota pasa a segundo plano. Claro que es importante a quién conoce Claudia o qué lugares visita, pero no de la forma que se entiende habitualmente. El paisaje es crucial, pero casi siempre lo es porque suele ser un reflejo de lo que siente la protagonista. De la misma forma, los que conoce durante su recorrido son piezas de un rompecabezas mayor que a veces le ayudan a ver el panorama completo.

De esa forma, el paisaje islandés se percibe como fragmentado, porque lo es, pero también porque ese es el estado mental de Claudia. Dividida entre la vida que ha dejado atrás, compuesta del recuerdo de su madre, de las cenizas de su última relación y de sus aspiraciones sin cumplir, y la vida que quiere tener como artista. Tal como en Islandia se encuentra la grieta que separa tectónicamente Europa de Norteamérica, este viaje tiene el poder de marcar una división clara entre la Claudia que llegó y la Claudia que se irá.

El arte acá también cumple un rol crucial, como debe ser en un cómic. Simple, de apariencia algo infantil y con una paleta de colores que transmite frialdad, sus rasgos permiten el salto de la situación real a lo surrealista, a esos encuentros con Ása, la vikinga, por ejemplo. Comprendemos mejor los sentimientos de Claudia gracias a esas escenas casi pictóricas, planas, donde la figura se sumerge en el color o es tapada por los rayones.

En ese sentido, el final es una metáfora perfecta de lo que vendrá y también de lo que queda atrás. Porque el viaje puede terminar, pero la vida no.