Literatura

La ballena: el terror surrealista del dolor

Existen temas más difíciles de tratar en la ficción. Esto puede variar de escritor a escritor, basado en sus vivencias personales o su contexto social. Pero hay algunos que son casi transversalmente difíciles de tratar, independiente de en qué época o lugar produzca su obra el autor.

El suicidio es uno de ellos. A pesar de ser catalogado como epidemia en muchos países debido a la gran cantidad de personas que se quitan la vida (o quizás justamente por eso), cada vez que aparece una obra de ficción relacionado a esto hiere sensibilidades. Debido a ello, es probable que el público lector se acerque a estos libros con más atención, con un ojo más crítico. Si supone el tema central de una novela, esta actitud permanecerá a lo largo de todas las páginas.

Es el caso de La ballena, novela escrita por Aldo Berríos y publicada por Áurea Ediciones. Desde la sinopsis, incluso de manera sutil en la ilustración de portada, queda claro que la historia girará en torno al suicidio. El hecho de que el escenario de esta sea el Aokigahara, conocido popularmente como «el bosque de los suicidas», solo potencia todo esto.

¿Qué historia relata La ballena? ¿A qué tipo de viaje arrastrará al lector? el

Disponible en el sitio web de Áurea Ediciones.

La historia

Un periodista es enviado a la prefectura de Yamanashi, en Japón, para escribir un reportaje sobre el bosque Aokigahara, lugar que mueve grandes flujos de turismo a pesar de los lúgubres hechos que lo rodean. El objetivo es descubrir qué hay en ese sitio que lleva a tantas personas, año a año, aelegirlo como escenario para quitarse la vida.

Allí lo espera un guía que debe acompañarlo durante todo el viaje, Azusa Ayano. Junto a él y sujeto por una soga por motivos de seguridad, el protagonista (que no tiene nombre, pero nos narra en primera persona), se internará en el bosque con un propósito que va más allá de su trabajo.

Pronto queda claro que el reportaje es solo una excusa. Lo que el narrador busca es entender mejor el hecho que marcó su vida: el suicidio de su hijo adolescente.

Lo que encontrará en su recorrido escapa de la realidad, de lo lógico. El viaje pronto se transforma en una serie de etapas cargadas de dolor y aprendizaje, en un tono claramente onírico y terrorífico. Todo decorado con imágenes horrorosas y a la vez hermosas, y en medio de la cultura japonesa, que es, a su vez, horrorosa y hermosa.

El lugar

El Aokigahara es un lugar popular; no precisamente por buenos motivos, pero sí, es bastante popular. Dejando de lado los recientes escándalos ligados a Youtube, el «bosque de los suicidas» tiene una larga historia de oscuridad y tragedia.

Ya desde el siglo XIX era a donde los desplazados, los que sobraban en un Japón aquejado por la hambruna, iban a parar. Niños y ancianos fueron las principales víctimas del abandono y la muerte al que lo condenaban sus familias, y ya desde antes de eso se le consideraba un lugar repleto de demonios y fantasmas. Ambas cosas bastaron para darle mala fama y, a la vez, atraer con el paso de los años a muchas personas que ya no soportaban más la existencia.

Pero lo que cimentó su estatus de «lugar idóneo para suicidarse» fueron una novela (Nami no tou, 1960) y un manual (El completo manual del suicidio, 1993). Fue así como Japón, uno de los países con más suicidios al año (solo como en ejemplo: en el año 2003 alcanzó la cifra de 34.427 suicidios) encontró un escenario «apropiado» para uno de los lados más oscuros de su sociedad.

A día de hoy, son muchas las personas, japonesas o no, que lo eligen, ya sea solo como paseo turístico o con fines más complejos. Para evitar lo último, el gobierno japonés ha dispuesto carteles con mensajes esperanzadores en varios idiomas. Aún así, es bastante posible tener la mala suerte de encontrarse con algún cadáver entre los árboles.

La ficción no ha estado exenta de interés. En el 2016 se estrenó una película que lo usa como escenario principal. El bosque siniestro (The Forest, en inglés) cuenta, en clave terror, la historia de una joven que debe buscar a su hermana en el lugar.

«El mar de árboles», como es llamado también, sigue y seguirá atrayendo, ya sea desde el simple interés o con fines autodestructivos. La Ballena comienza haciendo creer al lector que se trata de lo primero, para restregarle en la cara que no, que el viaje del protagonista tiene como objetivo más bien lo segundo.

El protagonista, el tema

Es interesante que el personaje principal de una novela carezca de nombre o de apodo, de cualquier epíteto con el que referirse a él o ella, pero es más común de lo que parece. Hay escritores que sostienen gran parte de su obra con protagonistas que nunca se identifican. H. G. Wells, por ejemplo.

Si el personaje en cuestión es además el narrador de su historia, esto tiene hasta sentido. Después de todo, el nombre es algo que cada individuo entrega a los demás para que lo denominen.

En algunos libros funciona, en otros afecta a la empatía. Es algo que el lector debería poseer, pero no posee por culpa o decisión del personaje (y el autor/a, claro). A veces, debido a esto, es posible sentir que no existe la necesaria confianza y, por ende, parte del vínculo se rompe.

No ocurre eso en La ballena. A pesar de no saber el nombre del protagonista/narrador, debido solo a su voz se da a conocer, y mucho. Se poseen datos tales como que es un periodista, que está casado, que tiene ascendencia japonesa, que perdió a su hijo hace poco tiempo. Con el correr de las páginas se perfila testarudo, impaciente ante la compasión ajena, exigente, violento. Él mismo se muestra como un padre, un esposo, un ser humano imperfecto.

Aún así, quizás por su falta de nombre, quizás por la universalidad escondida y tabú de su historia, es fácil caer en la sensación de que él puede ser cualquiera, que él representa a mucha gente.

Acá es donde el tema se impone, sin que por ello se vulnere a la trama. Porque sí, son muchos, demasiados los padres que han perdido a sus hijos debido a que estos deciden quitarse la vida. En el mismo Aokigahara, incluso. Es más, se hace alusión a el juego de La Ballena Azul, viralizado durante el 2017 y que, según se sostuvo en su momento, llevó a cientos de adolescentes alrededor del mundo al suicidio.

El drama del protagonista es algo que atraviesa a todos los países y a todas las clases sociales. Tanto así que, en una de las mejores escenas del libro, el narrador escucha esas frases que la gente le repite hasta el cansancio a alguien tiene depresión o da señales de querer suicidarse. El lector cree que estas son lugares comunes, no algo ligado a la historia particular de la novela. Luego se hace evidente el error.

El viaje relatado en La ballena parece una forma concreta y a la vez metafórica de retratar el viaje que muchas familias y personas han tenido que hacer para comprender lo sucedido con seres queridos muertos, probablemente sin éxito. Lo que les espera más allá de la muerte, el por qué de su decisión, cómo seguir adelante, son cosas inconclusas que a este padre, como a incontables más, no le dejan en paz.

Y, aunque a ratos pueda parecer que sí, la novela no parece buscar dar respuestas. Tal como no queda claro por qué la imagen de la ballena azul se ligó a suicidios juveniles hace unos años, o qué es lo que atrae a futuros suicidas a un bosque que se extiende a los pies del monte Fuji, este libro no llena todos los vacíos. No tiene por qué hacerlo.

Al final, el protagonista encontrará su respuesta, que puede ser la misma respuesta para otros o no. Es un reflejo de la dicotomía eterna de la literatura: hasta qué punto es universal y hasta qué punto es particular.

Ktlean

Leo demasiado y de a varios libros al mismo tiempo. También escribo historias de fantasmas y gente que sueña con ser detective, las que publico en Wattpad para sentir que me leen.

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