Otra máquina más: el por qué del amor

La novela de Felipe Tapia Marín, Otra máquina más, aborda desde la ciencia ficción el amor y cómo este nos perfila como seres humanos.

Escrito por Ktlean

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¿Qué pasaría con los humanos, con la sociedad, si la ciencia pudiera controlar el amor? Si pudiera inducirlo o inhibirlo a partir de una máquina, ¿seguiríamos siendo lo que somos como especie? Estas preguntas buscan respuesta en Otra máquina más, del autor Felipe Tapia Marín.

La novela, uno de los últimos lanzamientos de Sietch Ediciones, aborda desde la ciencia ficción y la especulación la posibilidad de que un grupo de científicos tenga control sobre uno de los sentimientos que se consideran más intrínsecos al ser humano: el amor.

¿Qué nos depara esta lectura? Y, más importante aún, dónde reside realmente el amor, ¿en la química del cerebro o en algo más profundo?

Los personajes

Otra máquina más es lo que podríamos llamar una novela coral, ya que no se centra solamente en uno o un par de personajes para guiar la trama, sino en varios. Ninguno de ellos, además, parece tener, sobre todo al principio, más importancia que el resto. Esto permite al lector ver una perspectiva global de la problemática que propone el libro: la creación de un prototipo, la MDIE, que permitiría controlar el amor.

Por un lado, tenemos a los científicos, liderados por Eduardo Undurraga, uno de los estudiosos a cargo del proyecto, que implica la creación de la Máquina de Inducción Emotiva y el estudio de los experimentos hechos gracias a esta. Se nos deja claro el interés de Undurraga, al menos desde una perspectiva netamente académica (luego se va ahondando más en sus motivaciones personales). Su intención es descubrir qué tanto puede controlar la ciencia el amor, un sentimiento tan profundo y aparentemente inasible que, durante siglos fue algo relegado a las artes y al humanismo.

Undurraga quiere, por tanto, que la ciencia cruce otro límite.

A este personaje se suman el par de hermanos Meza, Joaquín y Benjamín. El primero, que es el mayor, es también amigo de Undurraga desde la juventud, lazo que ambos lograron mantener a pesar de los años y las diferentes perspectivas que tienen de la vida. Es Joaquín quien se enfrenta en determinados momentos a lo que Undurraga quiere hacer, ya que para él es inconcebible que algo tan profundo como el amor pueda reducirse solo a fórmulas químicas.

La importancia de Joaquín no termina ahí, sino que a través del libro podemos leer extractos de la novela que le acarreó fama y también el desprecio de muchos de sus colegas. La vida de Laku. Antropología novelada fue su forma amena y accesible para todo público de expresar a través de la vida de un primate, Laku, todo el proceso de la evolución humana. Su relato se centra sobre todo, en cómo el surgimiento y complejización de ciertos sentimientos (principalmente el amor de pareja) perfiló la sociedad tal como la conocemos.

Por otro lado, su hermano Benjamín, un joven de veinticinco años muy tímido y con dificultades para conseguir una pareja, se ofrece como conejillo de indias del experimento de Eduardo Undurraga. Su fin es enamorarse, esto solo por la experiencia. Sin embargo, con el sentimiento inducido gracias a la manipulación bioquímica que la MDIE hace en su cerebro, Benjamín se enamorará, y poco a poco comprenderá que con hacerlo desde la distancia no le es suficiente.

Para completar el reparto de personajes que perfilan la historia, tenemos al matrimonio compuesto por María Elena Vial y Martín Alemparte. Con diez años de relación, una vida en común bien establecida y éxitos profesionales por parte de ambos, ellos se ven envueltos también en el experimento. Todo comienza a raíz de una paciente de Martín, una joven con trastorno de bipolaridad llamada Samanta. Debido al último intento de suicidio por parte de esta y sabiendo que muchos de sus problemas se dispararon a partir de un revés amoroso, Martín propone a su paciente como otro conejillo de indias, solo que en esta ocasión no será para inducir el amor, sino para inhibirlo.

Los problemas surgen entre la pareja cuando Martín, a raíz de los resultados de la MDIE en Samanta, comienza a preguntarse si el experimento tendría o no los mismos resultados en lo que él siente por su esposa, y viceversa.

Feniletilamina

La problemática

Tal como se presenta la novela en sus primeras páginas, el texto es una crónica en torno a la Máquina de Inducción Emotiva. Los personajes sirven para darnos diferentes perspectivas de la misma, como ya se dijo. Sea desde la vereda de los científicos, de los sujetos con los cuales se experimenta, o de aquellos que se oponen a este avance, juntos van moldeando lo que este invento puede ocasionar, primero a los individuos y luego a la sociedad en general.

Es interesante que el libro comience haciendo alusión al dios griego Eros, ya que este mito, aunque de una forma mucho más romántica, expresa algo muy similar a lo que la MDIE puede conseguir: inducir el amor. Eros (o Cupido, como también se le conoce), podía hacer que gente se enamorara de lo que fuera clavándole una de sus flechas. El sentimiento era potente (el mismo Eros lo comprobó cuando se enamoró de Psique, una de las enemigas de su madre Afrodita), pero, de cierta manera, artificial. Surgía por algo externo, sin que el individuo lo quisiera.

De hecho, muchas veces se usaba como un castigo, debido a las consecuencias funestas que podía llegar a tener o lo mucho que el amor puede fusionarse con la obsesión.

En resumidas cuentas, tener la capacidad de hacer que otro se enamore en contra de su voluntad, es otra forma de poder que puede causar estragos. Benjamín es un ejemplo de ello en Otra máquina más. en especial cuando se tiene en cuenta que la persona de la que se enamora a partir del experimento, es una joven menor de edad que no le corresponde.

Pero esta novela muestra también la otra perspectiva, y es cuando el amor, en vez de inducirse, se inhibe. Ahí también podemos encontrar consecuencias negativas y quizás, repercusiones más amplias. Y es que, al parecer, el amor (ya sea de pareja o fraternal) y la complejidad que este puede alcanzar, no solo nos define como humanos, sino que estructura la sociedad en la que vivimos.

En la actualidad, cada vez suena más anticuado eso de que la familia es el núcleo de la sociedad. Pero por mucho que existan voces disidentes, o que la diversidad sexual sea cada vez más aceptada y que por ello la «familia tradicional» esté quedando obsoleta, seguimos creando núcleos familiares. Dejando de lado todos los matices, el ser humano se agrupa, crea vínculos, se rodea de sus pares. Tan fuerte es esta necesidad, que incluso sin sentimientos de por medio, esto puede seguir manteniéndose.

Un ejemplo de esto es la película Equilibrium (2002). El film, protagonizado por Christian Bale, muestra una sociedad distópica donde se ha decidido suprimir los sentimientos para evitar el tipo de conflictos que han llevado a la humanidad a su declive. Pero claro, esto se transforma en una dictadura donde todo es gris, anodino y sin alma. No tenemos tiempo para ahondar más en la historia (además, se merece una nota para ella sola), pero incluso en esta sociedad donde todos están adormecidos, hay familias, padres que no se aman, pero que procrean.

Otra máquina más nos enfrenta de nuevo a este dilema: ¿Qué se perdería en la sociedad si el amor no existiera? ¿Cambiaría algo y, de ser así, hasta qué punto lo haría? Y como la buena ciencia ficción nos empuja a preguntarnos, también está ese otro cuestionamiento: ¿Tiene la ciencia el derecho a inmiscuirse en esos asuntos?