Lota 1939: usar el patrimonio para escribir ficción

Michael Rivera Marín presenta Lota 1939, una novela que conjuga la historia y el patrimonio con la aventura y el terror.

Escrito por Ktlean

Comiqueros.cl » Literatura » Lota 1939: usar el patrimonio para escribir ficción

Hace un tiempo hablamos en Comiqueros sobre el último libro (en ese entonces) escrito por Michael Rivera Marín. Desgarrar, un tomo breve de cuentos editado por Sietch Ediciones, condensaba un puñado de relatos de terror enfocados en el público adulto.

Pero ya por entonces el autor se encontraba dando los últimos toques a Lota 1939, una novela dirigida a los lectores más jóvenes y perteneciente al género del terror sobrenatural. Editada por El Nautilus Ediciones, dicha historia ya ha visto la luz.

En un total de 300 páginas, Michael Rivera Marín supo conjugar la ficción histórica, la narración de suspenso paranormal y la calidez de un relato infantil de aventuras. Todo eso usando como escenario la ciudad de Lota, esencial en obras clásicas de la literatura chilena de la primera mitad del siglo XX, y como punto de partida el terremoto de Chillán de 1939.

¿De qué trata Lota 1939? y ¿cuál es su aporte a las letras y la cultura?, son las preguntas que intentaremos responder en esta reseña.

La historia

El 24 de enero de 1939, pasadas las 11 de la noche, un terremoto asoló la región del Ñuble, siendo Chillán la ciudad más afectada. Sin embargo, otras localidades cercanas, como Lota, Talcahuano y Concepción también sufrieron las consecuencias del sismo.

Es en esta última donde comienza la novela que nos convoca. Miguel y Bruno, dos hermanos que acompañan a sus padres a ver una obra de teatro, se encuentran en este cuando comienza la desgracia. Asustado, aturdidos, pero afortunadamente cuidados por un par de adultos que mantienen la calma y saben qué hacer, los dos niños logran salir del teatro ilesos, para luego llegar a su casa sin mayor daño que el psicológico.

Sin embargo, la situación es grave y se agrava aún más con la luz del día. Debido a esto, los padres de Miguel y Bruno, ambos parte del ejército chileno, deben dedicarse por completo a su trabajo de ayudar a la comunidad. Por ese motivo, envían a sus hijos a la casa de los abuelos maternos, que residen en Lota, que también fue afectada por el terremoto, pero no al mismo nivel que las demás localidades. En apariencia, al menos…

Ambos hermanos son escoltados hacia el pueblo minero, donde son recibidos por una niña del lugar llamada Yeya, que los deja en la casa de los abuelos. En comparación con lo que Miguel y Bruno han visto, Lota luce mucho menos dañada por el sismo, así que en un principio se sienten seguros, además de felices por poder volver a estar con sus abuelos, a quienes no veían hace tiempo.

El problema es que la aparente normalidad del pueblo y sus habitantes se debe solo a la ignorancia de las fuerzas oscuras que se ciernen sobre el lugar. El que sí es un poco más consciente de lo frágil que es la tranquilidad Lotina es Julio, el abuelo, dirigente sindical de la mina y casco negro, dos razones que le valen el respeto de la gente y de las autoridades. Es debido a esto que se solicita su presencia en una escena del crimen para intentar dilucidar qué se oculta tras el asesinato de un hombre justo la noche del terremoto.

A medida que la novela avanza, vemos que un plan macabro y oscuro se puso en marcha en esa localidad, iniciado por las generaciones anteriores de la familia Cousiño y con el objetivo nada despreciable de traer al Diablo a la tierra. Miguel, Bruno, su abuelo Julio, en compañía de Yeya y el resto de los Guamecos (grupo de niños muy dispares pero unidos por la amistad) tendrán que salvar Lota y al mundo de los Tres Siniestros, culpables y artífices de todo lo que está pasando.

Ilustración de los Tres Siniestros por Kamila Sutcliff (Ig: @kamilasutcliff)

Lota como escenario

Cierto es eso de que cada historia se ha contado muchas, muchas veces. Son demasiados los siglos de tradición literaria mundial como para que un autor aspire de buenas a primeras a escribir sobre algo que nunca se haya escrito antes. Es por eso que el verdadero «deber» de un creador no es generar algo cien por ciento nuevo, sino que contar una historia que pudo contarse mil veces antes, pero de manera específica.

Eso es lo que hace Michael Rivera Marín en Lota 1939. Toma un momento muy específico (y ni siquiera tan recordado) de la historia de Chile como punto inicial de su relato, y además lo ubica en un lugar con sus propias características, las que explota a lo largo de todo el libro.

Porque sí, Lota no era cualquier ciudad de este largo país en la primera mitad del siglo XX. Eje central de la extracción de carbón en una época donde dicho combustible era todo para el mundo, Lota despegaba de otros lugares de Chile por sus avances tecnológicos. Pero también por la diferencia de clases y el contraste de calidad de vida entre las autoridades de la mina y los trabajadores de esta.

A través de los ojos de Bruno y Miguel, pero sobre todo de este último, quien en gran parte de la novela cumple el rol de narrador, aprendemos a conocer mejor Lota, con sus luces y sus sombras. Es interesante, en especial cuando se alude directamente a Baldomero Lillo y su novela Sub Terra, una de los testimonios sobre la vida lotina y las minas de carbón que ha pervivido hasta nuestros días. Pero tal como expresan algunos personajes, Lillo se concentró demasiado en lo malo, dejando de lado la parte más luminosa de la vida de los mineros y sus familias.

El autor de Lota 1939, sin embargo, supo mostrar ambos lados, sobre todo gracias a sus personajes. Notamos una vitalidad y una fuerza importante en los Guamecos: Yeya, Felidor e Isabella. Los tres representan a grupos muy diferenciados de personas. Yeya, por ejemplo, vive en Lota, pero su padre no trabaja en la mina, lo que vuelve su vida más difícil, pero también más libre; Felidor es un adolescente que ya cumple labores para la empresa sureña de Lota e Isabella es hija de un ingeniero inglés.

Por otro lado, tenemos a los abuelos de Bruno y Miguel, que son buenos reflejos de un minero y la esposa de un minero. Julio es un lotino de pura cepa, trabajador de décadas en la mina y casco negro, reconocimiento máximo para un minero. Ama su tierra a pesar de las dificultades, pero aun así, trabajó sin descanso para darle una mejor vida a sus hijos. Mientras tanto, gracias a su esposa Filomena, Michael Rivera Marín nos muestra la vida de las mujeres de la ciudad, qué comparten y cómo, sobre todo en el lavadero.

Lo sobrenatural no está apartado de esto, sino que se alimenta del contexto real. Una muestra patente de esto es la forma en que se explica por qué es Lota el punto elegido por el Diablo y sus secuaces para ser liberado, o el mensaje poco sutil de que todo el plan venga de las autoridades de la mina.

Todo esto contribuye a que la novela no solo sea entretenida, fresca y emocionante, sino también un aporte a la cultura enfocado en los lectores más jóvenes, pero que los mayores también pueden disfrutar. Recupera la historia de una ciudad que fue esencial hace algunas décadas para el progreso de Chile, nos enrostra el poder de nuestro patrimonio y cómo puede ser usado este para crear nuevas cosas.

Últimas palabras

Desde que supe de este libro quise leerlo. Lo esperé un tiempo hasta que por fin llegó a mis manos, justo poco antes de viajar al sur de Chile. Mientras lo leía, y tal vez potenciado todo por los nuevos escenarios que estaba conociendo, la historia me fue calando de una manera muy profunda debido a su importancia. Cuando uno deja de lado la preponderancia de Santiago como capital y asume que Chile es muy largo, se da cuenta que hay miles de historias aún por contar.

Michael Rivera Marín lo hizo, dándole un nuevo aire a Lota por medio de su peso histórico. Lo transformó en un escenario lleno de vida, cercano, real incluso para aquellos que (como yo) no lo conocemos en persona. Solo por eso, pero también por lo entrañables de sus personajes y lo atrapante de su historia, Lota 1939 merece una oportunidad.