«La forja del carácter»; una recomendación al último libro de Massimo Pigliucci

Revisamos la última entrega de Massimo Pigliucci; "La forja del carácter", publicado bajo el alero de Ariel, parte del grupo Planeta.

Escrito por FanoPetrikov

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En tiempos de velocidades, donde todo debe ser inmediato, la filosofía busca de manera siempre prudente, darnos espacios de reflexión. Hace ya algunos años, con la expansión de la accesibilidad a la cultura, la explosión del internet y el nuevo interés de generaciones actuales a la lectura, algunas orientaciones filosóficas y espirituales han buscado espacios en eras modernas.

El taoísmo, el budismo, incluso el nihilismo, ha tomado nuevos aires gracias a nuevos lectores. Entre las nuevas aristas, Massimo Pigliucci viene hace años encargándose de fomentar la lectura y la introducción a la filosofía estoica.

En libros anteriores como «mi cuaderno estoico» y «cómo ser un estoico», el docente italiano que actualmente imparte clases en Nueva York, habla respecto a cómo esta antigua filosofía griega puede dar tranquilidad, carácter, virtud y un buen vivir a la sociedad actual.

Cómo modo de culturización, los estoicos son una corriente filosófica nacida en Atenas, fundados por Zenon de Citio. Sus fundamentos se basan en el aprendizaje de la virtud a través de las experiencias relacionadas a la comprensión de que cosas pueden estar bajo mi control y cuales no. Sus inspiraciones relacionadas a las virtudes provienen del aprendizaje del mismo Sócrates.

En «la forja del carácter», si bien, mayoritariamente Massimo habla de estoicismo y utiliza ejemplificaciones de grandes pensadores estoicos como Séneca, Marco Aurelio y Epicteto, busca también interiorizarnos en ejemplos relacionados a cómo la virtud puede ser enseñada.

La pregunta inicial del texto es; ¿La virtud puede ser enseñada? bueno, esa respuesta no queda del todo clara a lo largo del libro. Muchos ejemplos históricos se utilizan, principalmente por la idea aristotélica de que los gobiernos deberían ser dirigidos por las personas más virtuosas de su época y no por la elección plenamente popular, de ahí el concepto de aristocracia.

El primer ejemplo se basa en la relación de los atenienses Sócrates y su maestro Alcibíades. Posteriormente se usa el ejemplo de Aristóteles y Alejandro Magno, para luego presentar a Nerón y Séneca. Siempre grandes emperadores apañados de filósofos que buscan dar orientación.

Pero estos ejemplos, de grandes mentes y conquistadores no contestan positivamente los cuestionamientos del autor, sino más bien dejan a entre ver que los que llegan al poder pueden ser corrompidos por su propio concepto de dominio, y la virtud no se vuelve relevante, al menos en estos anteriores ejemplos.

Por otro lado, Pigliucci también colabora con otros emperadores positivos, acá sale al trote Marco Aurelio, autor de las conocidas meditaciones. Este emperador es para el autor el mayor ejemplo de la aplicación de la filosofía en el temple, el carácter y la búsqueda de la virtud de la mano del estoicismo.

El libro hace recorridos analíticos de la filosofía principalmente griega y romana, para luego centrarse de lleno en el estoicismo como tal. Estas ejemplificaciones sirven para usarla en niveles comparativos con las realidades actuales de las naciones y en cómo se mueve el mundo hoy en día, sumergido por dialécticas que van desde el materialismo hasta el utilitarismo.

Finalizando, el autor nos entrega una pequeña guía, paso a paso, de cómo ir interiorizándonos en la lectura de la filosofía griega relacionada al estoicismo y algunos hábitos, como ir actuando a la par de lo que harían nuestros admirados filósofos, o mantener un diario estoico.

A lo largo de más de 240 páginas, el autor nos entrega un resumen muy práctico y un excelente análisis (aunque breve) de los aconteceres que buscan responder la búsqueda de la virtud, cosa que aún se mantiene en dudas… ¿será posible que se pueda aprender la virtud a lo largo de nuestra vida por consejos y lecturas? ¿o es solo la experiencia la que es capaz de forjar nuestro carácter según nuestras propias convicciones? Solo Zeus lo sabe.