Gambito de Dama: estar dentro o fuera del tablero

Netflix acierta con Gamito de Dama, la historia de Beth Harmon, una joven y genial ajedrecista cuyas adicciones la acompañan en cada partida.

Escrito por Ktlean

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Desde hace un buen tiempo que las producciones de Netflix no generan una respuesta transversalmente positiva, es decir, que tenga el aprecio del público y de la crítica. Más bien sucede lo contrario; es más fácil que espectadores de a pie y especialistas se pongan de acuerdo para catalogar algún estreno como un fracaso.

Pero de vez en cuando sucede una conjunción de astros: Netflix estrena, y la opinión generalizada es un aplauso.

Esto último ocurrió con Gambito de Dama (The Queen´s Gambit), miniserie de siete capítulos y protagonizada por Anya Taylor-Joy. Siendo incluso trending topic en Twitter durante los últimos días, lo cierto es que a la gente le gustó y la crítica no parece disentir.

Los motivos de éxito son varios: la calidad audiovisual, el manejo del relato y, sobre todo, las actuaciones entre las que destaca la que tiene que destacar: el protagónico.

¿De qué se trata Gambito de Dama? ¿Es necesario sentir atracción por el ajedrez para disfrutarla?

La historia

Beth Harmon es una niña cuando pierde a su madre en lo que parece un accidente automovilístico. Como resultado de esto, es enviada a un orfanato para niñas, un lugar gris pero, si se le compara con otros establecimientos del estilo en la ficción, bastante inocuo en general.

Pero Beth se aburre. A partir de pequeños momentos se hace evidente que en ciertos aspectos está más adelantada que el resto de las niñas. En matemáticas, por ejemplo. El hecho de terminar antes la tarea, un día provoca que su profesora la envíe a limpiar los borradores y es entonces cuando su vida cambia.

En el sótano del orfanato, la niña ve al conserje jugando solo ajedrez. Pronto, a pesar de la reticencia de él al principio, se transformarán en maestro y aprendiz. Pero no pasa mucho tiempo para que Beth demuestre una habilidad innata para el juego, algo que roza la genialidad.

Las habilidades de la niña no son un chispazo o fruto de la buena suerte. Son reales, aunque incomprensibles para la mayoría de la gente que la rodea. El salto desde el sótano del orfanato a las demostraciones en otros colegios o la participación en pequeños torneos locales no se hace esperar demasiado.

Pero su vida no sucede solo en el tablero, aunque a una parte de Beth le gustaría. Siendo una adolescente es adoptada por un matrimonio en crisis, lo que la saca de lo que ya conoce, pero al mismo tiempo le da la oportunidad de abrir sus horizontes en lo que ajedrez se refiere. Cuando su madre adoptiva se da cuenta que los torneos dan dinero real y sonante, no solo la apoya, sino que también la acompaña a torneos que llevan a la muchacha cada vez más lejos de casa.

Beth Harmon se transforma poco a poco en una celebridad dentro del mundo del ajedrez. No solo es genial y joven; muchos lo son en el mundillo. También es mujer. La muchacha de pelo rojizo comienza a destacar y a subir escaños en una carrera que, tarde o temprano, la llevará a enfrentarse a los mayores enemigos de Estados Unidos, en el tablero y en el mundo real: los rusos.

Genialidad y adicciones

Beth Harmon es una adicta. No, no hay otra forma de decirlo. Es una adicta, y el sistema tiene mucho que ver con eso, ya que es la misma institución donde llega siendo una niña la que le entrega los medicamentos en un principio. Luego se los quita, al igual que al resto de las niñas, pero eso no logra que Beth deje de añorarlas. Al contrario, la escasez la hace más voraz.

Lo interesante es que esta adicción se vincula pronto de forma directa con sus habilidades en el ajedrez. Sería injusto decir que su talento viene de allí, pero tampoco es correcto negar que las pastillas parecen enfocarla, ampliando sus habilidades. La serie potencia esta idea de forma audiovisual, reforzando el vínculo entre el juego y las pastillas.

Esta forma de mostrar a los ajedrecistas que sobresalen de la media no es nueva. Tal como no es nuevo que se retrate a un genio de cualquier índole como alguien que camina al borde del abismo, ya sea por vicios, por enfermedades mentales, o por las dos. Tampoco es algo tan alejado de la realidad, incluso en la historia del ajedrez. Sin embargo, es importante analizar con cuidado la relación entre ajedrez y adicción en el caso de Beth.

Para comenzar, el consumo de pastillas durante su infancia no tiene nada que ver con el juego. La institución que la acoge pone las pastillas en sus manos y es una compañera quien la incita a usar «de mejor manera» los medicamentos. Luego, la situación simplemente se sale de control. No ayuda tampoco que al crecer, Beth vuelva a quedar en manos de un adulto que no la regula, que incluso la apoya cuando consume, por ejemplo, alcohol.

El descenso es rápido, tan rápido como su ascenso en el mundo del ajedrez. Son paralelos, prácticamente, solo que en sentidos inversos. Cuando llega la crisis, se demuestra que ambos lados de Beth no siempre pueden complementarse. Ajedrez y adicciones se separan; uno anula al otro.

Dentro del tablero y fuera de él

Tal vez es difícil de entender ahora, en medio de una época donde los deportes que son a la vez eventos masivos son otros. Pero entre los 60 y 80 el ajedrez era un deporte que movía masas. Mucha gente conocía y admiraba a los grandes maestros y esperaban los resultados de torneos y duelos con la misma ansia que ahora se ve una copa mundial de fútbol. Todo esto bastante potenciado por el contexto político.

Esto es algo que se muestra de forma muy acertada en Gambito de Dama. El hecho de que Beth encuentre una revista sobre ajedrez en un local cualquiera, le hagan entrevistas o decenas de personas la esperen para pedirle autógrafos a la salida de una competición, son situaciones que para un lego pueden parecer muy lejanas, tratándose de un juego que enfrentan a dos personas en torno a un tablero.

Independiente del interés que tenga o no el espectador, la serie sabe transmitir lo que implica ser un jugador, genial o no, y estar obsesionado con el juego. No solo de la mano de Beth, sino también con otros personajes.

En esa mecánica, la protagonista representa al jugador intuitivo, con arranques sorprendentes que sacan a sus piezas de dificultades, dejando pasmados a contrincantes más experimentados que ella. Lo suyo es genialidad, incompresible hasta cierto punto para los que son hábiles y talentosos.

Con el tiempo se encontrará con personajes, como Harry y Benny (interpretados por Harry Melling y Thomas Brodie-Sangster). Más allá de quién será más exitoso, ambos son estudiosos, conocedores de los grandes maestros, y también de todas las jugadas, de todas las partidas. Desde sus formas de entender el ajedrez, ambos le enseñan a Beth y luego son superados por ella.

Lo interesante es cuando se hace evidente que la genialidad de Beth no está libre de estudios; ella también lee libros sobre el juego y estudia a los grandes maestros. La clave está en que no confía solamente en eso; su juego no es mecánico, sino fluido y orgánico. Pero, aunque es mejor, cosa que demuestra muchas veces, llega un punto en que necesita de otros. Pasa a depender de lo que está fuera de tablero, lo que lo orbita.

Porque, en el fondo, ella también está fuera; el jugador siempre lo está. En el caso de Beth, esto no tiene que ver con una posición física. Es una forma de ver el mundo y el juego. De sentirse segura en algo que se comprende mejor que la vida real, que la gente, que a sí mismo. Por eso la sensación de que el tablero la protege, que dentro de él incluso sus adicciones tienen un sentido.

Salir del tablero es perder, es dejar de jugar. Y, por tanto, quedar a merced del caos, el propio y el ajeno. En ese punto, hay dos opciones, al menos para Beth Harmon: dejarse llevar o volver a estar al borde de las sesenta y cuatro casillas y, quizás, encontrarse a sí misma más allá de las adicciones.

O del ajedrez.