20th Century Boys: la épica de la gente común

Escrita y dibujada por Naoki Urasawa, 20th Century Boys usa la perspectiva de la gente común y corriente para relatarnos el fin del mundo

Escrito por Ktlean

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Entre los años 1999 y 2006 se serializó en Japón el manga 20th Century Boys, obra de Naoki Urasawa, mangaka reconocido a nivel mundial debido a historias como Monster y Billy Bat.

La historia de 20th Century Boys es monumental. Mezcla el misterio con toques de ciencia ficción y está tan llena de personajes que es correcto catalogarla de obra coral. Se entrecruzan muchas vidas, en varias líneas de tiempo, desde que varios de los protagonistas son niños (a finales de los 60 y principios de los 70), hasta la segunda década del siglo XXI. Si bien el escenario principal es Japón y Tokio, también se muestra lo que ocurre en otras ciudades y países.

La cultura pop, en especial la música y la televisión, también tiene una importancia transversal a lo largo de todo el manga. Tanto lo propiamente japonés como aquello que lo influencia (o es traído directamente desde occidente) marcan a Kenji y sus amigos, ayudando a configurar la trama, mientras la llenan de referencias que un lector local puede entender gracias a las notas al pie de página.

En este punto vale la pena destacar la más reciente edición en español a cargo de Planeta, que condensó el manga en once tomos kanzenban, más uno extra titulado 21st Century Boys. Esta edición, además de su calidad en diseño y traducción, permite conseguir esta obra con más facilidad, al menos en términos de accesibilidad en comiquerías chilenas.

Una increíble oportunidad para leer y disfrutarla. Porque se disfruta, y mucho, a pesar de lo difícil que es expresar con palabras todo lo que se puede decir de ella.

Hablar de 20th Century Boys… o intentarlo

Se supone que cuando se disfruta algo es más fácil hablar sobre eso que cuando no, en especial si se planea expresar algo más elaborado que una opinión superficial. Algo como una reseña, por ejemplo. 20th Century Boys es el tipo de obras que uno no sabe muy bien cómo abarcar, porque son demasiadas las cosas para decir.

Se podría hacer una nota completa solo sobre el dibujo de Urasawa, que a nivel narrativo debe ser uno de los mejores mangakas vivos en la actualidad. Y es que a pesar de su trazo, la forma en que dibuja la fisonomía y los cuerpos de sus personajes (haciéndolos muy distintos unos de otros tanto en altura, complexión y rasgos, algo de lo que no todos los mangakas pueden ufanarse), y su capacidad para colorear son dignos de alabanza de por sí. Uno de los aspectos más importantes de su arte es la puesta en escena.

Ya se ha dicho en innumerables ocasiones que por mucho que todo sea dibujo, hacer un cómic e ilustrar no son lo mismo. Lo segundo es por lo general estático, lo primero tiene que dar la sensación de movimiento, de avance narrativo. En el caso de Urasawa, su manejo de este lenguaje es tanto, que mientras el lector lee sus mangas no solo entiende y disfruta a nivel artístico lo que está ocurriendo, sino que casi percibe el traspaso al papel de recursos cinematográficos. Viñetas que se sienten como en cámara lenta, o que es fácil imaginar con esa pausa silente de las grandes revelaciones o los momentos de tensión.

Quizás el mejor ejemplo de este lenguaje del cine (aunque habría que preguntarse qué tanto le debe el cine al cómic antes de afirmar cuál influencia a cuál en este tipo de usos) es ese capítulo del tomo 8 donde se usa la cámara subjetiva (cuando el espectador «mira» a través de los ojos del personaje), con el fin de ilustrar el ostracismo de alguien, aislamiento que sufre o siente incluso rodeado de gente.

Sí, se podrían decir muchas cosas sobre el dibujo de Urasawa (y sus ayudantes; no olvidemos a los ayudantes), pero hablar solo de este aspecto del manga sería dejar muchas cosas de lado. Sería imperdonable no hablar de las líneas de tiempo, del entrecruzamiento de infinitas tramas, porque como ya se dijo, esta es una obra coral. Incluso teniendo a personajes tan importantes como Kenji y Kanna, por el lado de los protagonistas, y a Amigo, en el lado del antagonista, cuesta afirmar con firmeza que sean ellos los más trascendentales.

No se pueden dejar afuera a Otcho, Yoshitsune, Kiriko, Maruo, Dios, Chono, Yukiji, Manjome… Y un largo etcétera. A medida que avanza el manga, aparecen más y todos tienen su participación, por mínima que sea. Y a veces esta participación es a través de todas las líneas de tiempo. Sobre todo al principio del manga, varios de ellos son sospechosos de ser Amigo, aquel personaje misterioso, cuyo rostro está cubierto por una máscara, y que está haciendo realidad todas las profecías que Kenji y sus amigos escribieron, en una mezcla de juego y sueños heroicos, cuando eran solo unos niños.

Pero cuando se dice que esta obra es coral, no se trata solo de la importancia que da Urasawa a los personajes secundarios. Están también todos esos sujetos anónimos, muchas veces niños o adolescentes. A veces no aparecen más que un capítulo, pero no por eso el autor dejará que el lector los olvide fácilmente, o pase por ellos sin estremecerse, ya sea por la pena, el horror, la nostalgia o la esperanza.

Y si acaso nos dijéramos que hablar sobre los personajes también es muy complejo, que es mejor recurrir a algo por lo general tan concreto y reseñable como la trama, tampoco la tendríamos fácil. No es solo la forma fracturada con la que Urasawa nos cuenta la historia, yendo de atrás hacia delante sin tapujos. No, no es tan simple como eso. 20th Century Boys también nos restriega en la cara algo que muchas veces la ficción (en su afán por ser todo lo verosímil que la vida no es) olvida: que la memoria es frágil, que todo son perspectivas, que el narrador de una historia no tiene por qué contártelo todo, ni siquiera tiene que contarte la verdad.

Pero dejando eso de lado, podríamos hablar de la mezcla de géneros. Misterio, thriller incluso, pero con sus toques justo de lo que parece ciencia ficción. Y quizás lo era en 1999 o en los años sucesivos hasta 2006. Pero hoy, en 2021, ya no se siente tanto como ciencia ficción.

Es extraño, porque 20th Century Boys no parece el tipo de obra que habla sobre el fin del mundo, pero lo es. Sectas que pasan a ser la religión global, supuestas invasiones extraterrestres, virus de escala mundial, ataques terroristas hechos con robots… La persona que escribe esta nota se pregunta cómo habrá sido leer este manga hace cinco años. Leerlo ahora es encontrar a ratos referencias (o anticipaciones) a la crisis sanitaria que la humanidad vive desde finales de 2019.

Sí, es difícil hablar de 20th Century Boys. Hay tantas cosas que decir, que quizás lo mejor sea hablar del corazón. De lo que para la autora de esta nota supone el centro de este manga.

El héroe de a pie

Ocurren muchas cosas impresionantes a lo largo de 20th Century Boys. Es un manga sobre el fin del mundo, después de todo. Pero aunque los sucesos tengan una relevancia innegable, esta es una obra de personajes. Son ellos los más importantes, ya sean protagonistas, secundarios, o aquellos que están de paso.

En medio de una historia sobre la esperanza, la maldad y el heroísmo, Urasawa podría haber recurrido a gente tan excepcional como los acontecimientos que narra. Pero no. Hay algunos que lo son, pulsando de nuevo el punto más fantasioso del manga. Pero en el fondo, todos o casi todos son personas normales. No más inteligentes, fuertes o valientes que la mayoría. Ni Kenji Endo lo es. Hasta la Noche Sangrienta, no era más que un hombre joven a cargo de su sobrina y el negocio familiar; alguien que tenía un sueño (ser músico de rock) que no cumplió porque la vida es difícil, pero también porque, en el fondo, no era tan bueno. Apasionado sí, pero no precisamente talentoso.

Y sus amigos, la llamada Brigada de Kenji, tampoco son excepcionales. No todos acuden a su llamado para enfrentar a Amigo, y los que sí van tienen miedo. Yoshitsune (probablemente uno de los mejores personajes de este manga), repite mil veces que él no debería ser el Capitán de nada, que no tiene pasta de protagonista.

Y aún así, aunque no tienen ninguna característica que los destaque por sobre el resto, en esta historia, son héroes. Por cantar una canción, por seguir de pie izando una bandera, por cumplir una promesa infantil, por regalarle a un niño la cura del virus, por seguir adelante. Por ser amigos, sin mayúsculas, pero de verdad.