La maldición de la estética: Lovecraft y su interpretación de las artes

¿Qué ideas sobre el arte, los artistas y la estética es posible desvelar en las obras de Lovecraft, el maestro del horror literario?

Escrito por Orin

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Resulta intrigante la caracterización de poetas y artistas visuales que Howard Phillips Lovecraft (1890-1937) ofrece en su narrativa. Según el escritor, los artistas comparten la misma sensibilidad sobrenatural de chamanes vudú, teósofos e, incluso, de esquizofrénicos: la horripilante facultad de percibir y vaticinar, durante el estado onírico, el inminente alzamiento de los Primigenios.

Lo anterior vendría a sugerir algo así como una función cultural y social para el arte, que excede la suscitación de experiencias estéticas como mero deleite de los sentidos. Por el contrario, dichas experiencias tendrían que ver con la revelación sobrenatural de una terrorífica realidad. Desentrañemos qué significa todo esto.

La llamada

¡Claro que es nueva! La hice la pasada noche debido a un sueño que tuve sobre extrañas ciudades; y los sueños son más antiguos que la ensoñadora Tiro, la contemplativa Esfinge, o la misma Babilonia cercada de jardines (La llamada de Cthulhu, 1928).

El pasaje citado corresponde al momento en que el aprendiz de escultor, Henry Wilcox, muestra al filólogo y arqueólogo, profesor George Angell, el bajorrelieve que talló luego de un incomprensible sueño. La pieza, de “evidente propósito pictórico” y “ejecución impresionista”, velaba una escritura indescifrable y la representación de un indescriptible ídolo.

El suceso llevaría al profesor a investigar el carácter de los sueños de sus cercanos, lo que trajo inquietantes conclusiones: “la gente normal de la vida social y los negocios dio resultado negativo”, mientras que “fue de los artistas y de los poetas de quienes llegaron las respuestas pertinentes”.

La respuesta de las y los artistas, por cierto, tendió al relato de ominosas imágenes. Los soñadores confesaron “haber sentido un miedo intenso hacia una cosa gigante e innombrable”, que incluso los llevó al suicidio. La perturbadora visión no era otra abominación más que Cthulhu el Primigenio.

Pero, más allá de la distintiva fantasía lovecraftiana, ¿qué ideas respecto de lo artístico se desprenden de la obra del escritor estadounidense?

[…] lo cierto es que el arte ya no otorga aquella satisfacción de las necesidades espirituales que tiempos y pueblos anteriores buscaron y sólo encontraron en él, una satisfacción que por lo menos la religión unía íntimamente con el arte. Los bellos días del arte griego, lo mismo que la época áurea del tardío medievo, pertenecen ya al pasado (Georg Hegel, Lecciones sobre estética, 1823).

Cuando el filósofo alemán sentenció que “el arte es cosa del pasado”, difícilmente se refería a un destino apocalíptico. Para Hegel, lo que había ido a pérdida fue el mundo de la obra de arte, es decir, un progresivo desvanecer de algo así como una cosmovisión, un espíritu común a todo un pueblo y a una época que se comprende a sí mismo y que es la fuente de sus producciones culturales.

Según el filósofo, esta relación hermenéutica entre arte e historia llegó a su fin con el ocaso de la cultura griega clásica; puesto que, en la Antigüedad, el arte jamás fue visto con fines meramente estéticos –como hoy–, sino que representó la idea hecha forma, una imagen afín a las necesidades cultuales.

La postura de Lovecraft, no obstante, pareciera contradecir a Hegel. En la mayoría de los relatos lovecraftianos, el arte juega un rol fundamental. Ya sea en la forma de esculturas, pinturas murales o templos de inusitada arquitectura, es que el mundo de tiempos inmemoriales perpetúa su eterna existencia.

Pero lo más interesante es que el autor propone que el vínculo entre seres humanos y criaturas extraterrenas, de poder casi divino y dimensiones inconmensurables, existe aún en el siglo XX, mediado por poetas y artistas.

Para Lovecraft, el arte no ha perdido aún su “tarea suprema”, a saber, situarse “en un círculo común junto con la religión y la filosofía, convirtiéndose en una forma de hacer consciente y expresar lo divino, los intereses más profundos del hombre, las verdades más universales del espíritu” (Hegel, op. cit). –Aunque dichas verdades puedan ser espantosas–.

Sublime delirio

No está muerto aquello que puede yacer eternamente, y con los extraños eones hasta la muerte puede morir (La ciudad sin nombre, 1921).

Uno de los tópicos usuales en la narrativa de Lovecraft es el del ser humano en delirio, producto del contacto con ídolos tallados en piedra que emanan horrendas y sugestivas energías. A pesar de sus terribles propiedades, las estatuillas logran seducir a aventureros hacia sus antiquísimos templos de origen, donde serán presa de lo inenarrable.

¿Qué extraño sentimiento mueve a los protagonistas hacia el enfrentamiento con la amenaza inminente? Podríamos afirmar con seguridad que los personajes lovecraftianos son motivados por el sentimiento de lo sublime. ¿Qué significa esto? Para responder, recurramos nuevamente a un filósofo alemán:

Sublime es aquello cuyo solo pensamiento da prueba de una facultad del ánimo que excede toda medida de los sentidos (I. Kant, Crítica de la facultad de juzgar, 1790).

Ante los seres y fenómenos creados por Lovecraft, no cabe otra experiencia que lo sublime. Criaturas que la imaginación humana no puede contener en ninguna forma sensible; habitantes de arquitecturas en inconformidad a toda lógica y que, sin embargo, se presentan a los sentidos vaticinando la desgracia. Y son las y los artistas los condenados a profetizar la sublime maldición primigenia.

No debería extrañarnos, entonces, que en determinado momento, motivados por un sublime e irrefrenable sentir, poetas, arquitectos, escultores y pintores, en sintonía con una inusitada multiplicación de orgiásticos ritos vudú a través del mundo, se encontrarán a sí mismos creando las más abominables obras con las que advertirán al resto de los mortales el arribo de los ancestrales seres.

En ese instante, la humanidad comprenderá que ha llegado su inevitable destino: to face The Thing that should Not be, como proclamara Metallica, quizás la primera banda de rock en interpretar sabiamente la mitología lovecraftiana.

La maldición pintada en la cueva

La imagen es tanto o más extraña en la medida en que el muerto con el sexo erecto tiene cabeza de pájaro, cabeza animal, y tan pueril que, confusamente quizás y siempre en la duda, surge un aspecto risible. […] Indudablemente, no existe en el mundo otra imagen tan cargada de cómico horror; y por lo demás, en principio, tan ininteligible (George Bataille, Las lágrimas de Eros, 1961).

Lovecraft, el maestro del horror literario, sitúa al artista al mismo nivel que un chamán. Esta idea no trae a la memoria otra imagen más que la de aquel hombre con el sexo erecto que desfallece portando una máscara y báculo de ave: el primer chamán, acaso el primer artista, representado en la caverna de Lascaux hace más de 15.000 años a.C.

¿Fue este antepasado maldecido con la clarividencia onírica? ¿Las figuras trazadas representan la premonición del desastre o una desgracia que tuvo lugar? ¿Es acaso una advertencia a las futuras generaciones? ¿La pintura rupestre retrata el fracaso de la especie frente la indómita naturaleza? ¿La erección es una respuesta al erótico delirio del horror?

Ante la imagen, sólo se abren interrogantes… Lo cierto es que, seducidos por la narrativa lovecraftiana, la pintura paleolítica suscita un terror primigenio.