EL, un no–cómic publicado por Editorial CK

Alexander R. Roez y compañía debutan en la historieta local con EL, una obra difícil de clasificar como cómic

Escrito por Orin

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Si ingresaste a este sitio web y estás leyendo este artículo, es porque lees y te interesa el cómic. Posiblemente, también leas manga u otro medio de narración gráfica. Quizás tu interés en dichos géneros artístico–literarios radique en el mero entretenimiento, en un pasatiempo.

Pero quizás tu interés se funda en que consideras a la historieta como uno de los más atractivos medios en que el ser humano despliega aquella facultad ontológica que, según el historiador Yuval Noah Harari (1976), le es inherente: contar historias.

Sin embargo, y a pesar de que compartamos este espacio llamado Comiqueros, ¿sabemos realmente a qué llamamos “cómic”? ¿Seríamos capaces de definirlo? Si recurrimos a la bibliografía, el ya clásico Apocalípticos e integrados (1era ed. 1964) del filósofo y escritor Umberto Eco (1932-2016) nos entrega una muy técnica definición:

‘Género literario’ autónomo, dotado de elementos estructurales propios, de una técnica comunicativa original, fundada en la existencia de un código compartido por los lectores y al cual el autor se remite para articular, según leyes formativas inéditas, un mensaje que se dirige simultáneamente a la inteligencia, la imaginación y el gusto de los propios lectores.

(Op. cit., DeBolsillo, 2011, p. 186)

Si bien expone varias ideas atendibles, no parece ser la definición más práctica. Probemos con otra. El arquitecto e investigador español Enrique Bordes publicó el año 2017 el ensayo Cómic, arquitectura narrativa, donde plantea a la historieta como “una arquitectura del pensamiento” y sentencia:

La estructura gráfica del cómic trata de lleno un problema que no es ajeno al arquitecto: representar un mundo y su espacio en las dos dimensiones del papel (o de una pantalla). Es decir, representar las tres dimensiones del espacio sobre las dos del plano. El dibujo del cómic va más allá, dado que para narrar debe de jugar representando también el tiempo, una dimensión más.

(Op. cit., p. 12)

Interesante propuesta la del español, pero abre más preguntas que respuestas. Quizás debemos ir a las bases… Recurramos a uno de los padres del cómic –sino “el” padre–, Will Eisner (1917-2005). En el primer párrafo de la Introducción de su El cómic y el arte secuencial (1era ed. 1985), Eisner entrega una precisa definición para la historieta:

El objetivo de esta obra es considerar y examinar la estética propia del arte secuencial como medio creativo de expresión, materia de estudio en sí mismo y forma artística y literaria que trata de la disposición de los dibujos o las imágenes y palabras para contar una historia o escenificar una idea.

(Op. cit., Norma, p. 7)

“Forma artística y literaria… para contar una historia”. Quedémonos con eso. ¡Ah!, ¿y por qué nos dimos toda esta vuelta? Bueno, para reunir argumentos y plantear que la obra que nos convoca, EL, dificultosamente podemos considerarla un cómic.

Una pretensión que se escapó de las manos

EL es una obra histórico–literaria acompañada de dibujos, dividida en tres capítulos que, no obstante, resulta muy difícil entender de manera integral. El argumento pertenece a Alexander R. Roez y en cada número está acompañado por un dibujante distinto: Fernando Santander Tiozzo, el “Patricio Stark” y Gastón Blanko, respectivamente.

EL 1

A través de un intrincado relato, que en vez de presentar personajes y sus acciones entrega un interminable listado de nombres –que en el mejor de los casos recuerda vagamente a J.R.R. Tolkien o a George R.R. Martin y, en el peor, a los sermones bíblicos del reverendo Alegría en Los Simpson–, pretende establecer un vínculo mítico entre el panteón de dioses de la Antigüedad y la ascendencia kryptoniana de Superman, la Casa de El.

Esta pretensión de ficción histórica es, como dijimos, acompañada por dibujos de discutible calidad, que se centran constantemente en lo anecdótico en vez de en narrar secuencialmente un guión. Y esto merece un detenimiento mayor. Si entendemos al cómic como un “arte secuencial”, la mera ilustración de un texto –o “iluminación” como en los manuscritos medievales– sería su antónimo.

Puesto que el cómic se concibe como “un mensaje dirigido a la inteligencia y la imaginación” (Eco), se constituye como una “representación del mundo, en el espacio y el tiempo” (Bordes), que pone a disposición “imágenes y palabras para contar una historia” (Eisner), y que se basa en describir acciones, entonces no puede plantearse como un mero relato acompañado por dibujos.

EL 2

¿Por qué? Lisa y llanamente, porque tal planteamiento atenta contra la inteligencia y la imaginación, cohíbe la estructuración de un relato en el espacio-tiempo y, por sobre todo, inhibe la multiplicidad de interpretaciones que las y los lectores pueden figurarse respecto de una historia propuesta. –Si cabe alguna duda, preguntémosle a la obra del magno Chris Ware (1967) –.

No todo está perdido

La obra de Alexander R. Roez comienza con tropezones pero promisoriamente. Es innegable el trabajo historiográfico que sustenta la propuesta del autor que, más que escritor, se erige como investigador. A pesar de que en la primera entrega de El, insistimos, se propone como texto en compañía de dibujos, sin embargo el argumento resulta interesante y atractivo para cualquier amante de la mitología, sea histórica o superheroica.

Pero lamentablemente, los dos siguientes capítulos decaen considerablemente. La riqueza narrativa mengua mientras lo anecdótico crece hasta lo absurdo en la tercera entrega, echando por tierra todo lo rescatable del episodio inaugural. En este sentido, el consejo para los lectores sería conservar el primer número y evitar el tercero, pues les recordará porqué en nuestro país la Historia, como asignatura escolar, nunca ha tenido buena fama. ¿Y el segundo? Prescindible.

EL 3

¿Y el consejo para los autores? Tomen como argumento lo planteado en el número uno de El y desarróllenlo, piénselo, trabájenlo, y creen un guión en el que se puedan desenvolver los personajes y desde el cual podamos atestiguar sus acciones que los definan como tales.

El trabajo tras cualquier arte es duro, extenuante y de largo aliento. Nadie dijo que sería fácil, pero no olviden que ya tienen un primer paso ganado: sea como sea, ya se hicieron de un nombre que resuena en el incipiente campo del cómic chileno. ¡Suerte!

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