Días salvajes, el manga chileno sobre la experiencia escolar

Analizamos el manga publicado por Provincianos Editores: Días salvajes, de Horacio Santander, un retrato del día a día de un escolar chileno

Escrito por Ktlean

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El manga como lenguaje y medio ha alcanzado un enorme nivel de popularidad en Chile en los últimos años. Las series más reconocidas entre los lectores asiduos y no tan asiduos se cuentan por decenas, abarcando géneros como el shonen, el shoujo, el seinen, el BL y el spokon. Y lo mismo se puede replicar a gran parte de Latinoamérica y a España.

Existe una fascinación tan grande por el manga, que para muchos el rol de lectores o consumidores no es suficiente. Tarde o temprano ven su propio arte influenciado por el cómic proveniente de Japón. Si bien en ese aspecto muchos países nos llevan ventaja (España, por ejemplo), en Chile ya hay varios autores y autoras, además de editoriales, que publican manga producido en nuestro país.

Una de esas editoriales es Provincianos Editores, los encargados de poner en las manos de los lectores Antagonista, la obra de Saikomic, el ganador del Premio Tezuka. Pero no es el único manga que tienen en su catálogo y en esta nota hemos querido hablar un poco más de Días salvajes, de Horacio Santander.

La historia

Kike tiene doce años y está a punto de entrar a séptimo básico. Eso implica cambio de colegio y el que escoge su madre para él es uno solo para hombres; el prestigioso Colegio General Santelices.

Desde el primer día, Kike entiende algo: cualquier cosa le puede suponer la burla de parte de sus compañeros. Porque, tal como les dice el primer profesor al que se enfrentan, «allí cada uno se rasca con sus propias uñas». Como si eso no fuera suficiente, el alumno que dicho docente elige para ridiculizar frente a todos sus compañeros se orina debido a los nervios, hecho por el que lo bautizan desde ese día y por el resto de la enseñanza media como «El meón».

De ahí en adelante, la sala de clases y el patio del colegio se transforman en un campo minado jerarquizado donde están los que molestan y los que son molestados. El protagonista, como muchacho tranquilo y tímido, queda un poco en medio, ya que no pertenece a los populares, pero tampoco ha tenido la mala suerte de convertirse en una víctima. De momento.

Las cosas cambian cuando hace un amigo, el primer compañero que le pone atención, pero que sacará a relucir el gran miedo de Kike, algo peor, a su juicio, que ser víctima de bullying: ser olvidable, no importarle a nadie.

La experiencia escolar

Después de dos años de clases online, la vuelta a la presencialidad era algo esperado y también temido por muchos. Implicaba retomar el antiguo ritmo, los traslados en micro o metro y las relaciones diarias con compañeros de trabajo y de estudios. Para muchos estudiantes, implicaba ver por fin a sus pares, los que quizás nunca habían visto antes.

En resumen, la presión de «volver a la antigua normalidad» era y es muy grande; posiblemente aún no vemos ni comprendemos el verdadero alcance de este proceso. Pero una cosa que sí ha preocupado a las autoridades y a la gente en general es el nivel de violencia presente en los colegios. Ya sea como ataques o como riñas, los niños y adolescentes parecen metidos en un círculo de frustración y rabia que, por lo general, encuentra cierto escape con sus más cercanos ahora que de nuevo tienen clases presenciales, es decir, sus compañeros.

Más allá de los análisis, de las culpas de unos o de otros y de la hipocresía de los adultos (basta mirar los casos de violencia vial para saber que no tenemos mucho que reprocharle a los más jóvenes), y si bien no se puede negar que los índices han aumentado, tampoco podemos creer que este es un problema nuevo, una consecuencia de la pandemia o que la tecnología es el problema. Esta última ha abierto otros espacios y ha sacado los ataques del límite de los colegios, pero solo eso.

En Días salvajes vemos, desde la perspectiva de un estudiante que podría ser cualquiera, lo que significa muchas veces la convivencia escolar. Llena de códigos tácitos e impuestos por unos pocos, o mantenidos por generaciones sin que casi nadie se pregunte si está bien o está mal, esta pone en riesgo físico, emocional y psicológico a miles de estudiantes día a día.

Este manga tiene la capacidad de contar un caso particular y al mismo tiempo hacerlo lo suficientemente cercano para cualquiera que haya pisado un colegio municipal, más aún si este fue solo de hombres o solo mujeres (como ex alumna de un colegio municipal de mujeres, puedo decir que estos no están exentos de acoso escolar).

También es muy interesante la elección del protagonista. No se busca representar en primera persona a la víctima, ni tampoco al agresor. Kike se siente como un personaje tangencial, que casi siempre presencia lo que está ocurriendo. Esta forma particular de alienación es la que lleva a desear «ser parte del grupo», no importa mucho en calidad de qué, si de víctima o victimario.

El tomo (que es muy breve, dicho sea de paso) queda con un cliffhanger. Dada la última escena, podemos deducir que la continuación tendrá más participación del Gato Millán, uno de los personajes más interesantes, a pesar de lo poco que lo conocimos en esta primera parte.

El estilo de dibujo

Lo primero que vino a mi mente al abrir y hojear Días salvajes fue al autor de Mob Psycho 100 y One Punch Man, ONE. Sobre todo en las formas de dibujar las caras, sin ánimos de hacerlas «agraciadas» en un sentido más clásico del término, pero con una notoria expresividad. Los rostros también recuerdan a Beavis y Butt-head y al estilo de las series animadas más indies de los 90´s.

Si bien dicho estilo de dibujo no es precisamente «bonito», cumple con un requerimiento que en el manga y en el cómic en general es incluso más importante: la capacidad de narrar bien y fluido. Eso y el hecho de que la experiencia escolar es tan bien representada, hacen de este manga una lectura más que recomendada. Y para los de la generación de los 90´s tendrá el plus de la nostalgia, que siempre se agradece.