Caída de carnet – Parte I. Recuerdos ñoños desde los 90

Recordamos y analizamos las caricaturas y el cine de ciencia ficción que marcaron a los que fueron niñ@s en los 90s

Escrito por Orin

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Siempre he considerado que las y los chilenos nacidos a mediados de los ochenta del siglo pasado, corrimos con cierta fortuna: nacimos en dictadura pero no la padecimos o, debido a nuestra corta edad, no fuimos conscientes de sus consecuencias. Por otra parte, vivimos la infancia y adolescencia en la década de los noventa. ¿Qué beneficio pudo haber traído eso? Gozar de toda la cultura pop importada principalmente desde Estados Unidos a un país que, sin cuestionamiento eficaz alguno, se dejó seducir y arrastrar por el oleaje neoliberal y abrazó embelesado el proceso de globalización como ninguna otra nación en Latinoamérica.

Ciertamente, la generación a la que refiero estuvo fuertemente influenciada por la televisión. “En mis tiempos” existieron programas infantiles en todos los canales, con horarios específicos pensados para las niñas y los niños que salían de la escuela cada tarde. Cómo olvidar el inigualable Pipiripao (1984-1996) transmitido por UCV TV y conducido por Roberto Nicolini, que emitió todos y cada uno los episodios de He-Man y Los Amos del Universo (1983-1985), de She-Ra, La princesa del poder (1985-1987), además de todas las caricaturas creadas por Hanna-Barbera.

Por su parte, las otras emisoras (Canal 13 y Televisión Nacional, principalmente) hicieron lo suyo adjudicándose los derechos de G.I. Joe (1983-1986), Transformers (1984-1987), Thundercats (1985-1989), Robotech (1985), Silverhawks (1986) o Las tortugas ninja (1987-1996), convirtiendo la parrilla programática infantil en un panorama sumamente atrayente para los amantes de la ciencia ficción.

La tradicional batalla entre el bien y el mal en que se disputaba nada más ni nada menos que el dominio del planeta Tierra o incluso del universo entero, era protagonizada por héroes y villanos tan igualmente carismáticos que escoger el bando de “los buenos” no siempre era el camino más atractivo.

Las fuerzas de Skeletor, Mum-Ra o Destructor, las organizaciones criminales de Cobra o los Decepticons, y los invasores alienígenas Zentraedi, se valían de las más intrincadas artimañas y planes malévolos para vencer a sus archirrivales; lo que estaba respaldado por un desarrollo tecnológico futurista asombroso para la época y que hoy ya es una realidad o está en vías de desarrollo –pensemos en la inteligencia artificial de un Transformer o en la comunicación mediante hologramas presente en la mayoría de estas caricaturas–.

Analizados con distancia, aquellos dibujos animados planteaban al antagonista desde el miedo y la desconfianza frente a un otro desconocido, donde el mal era encarnado por seres monstruosos y grotescos en comparación a los estilizados e higienizados héroes y heroinas.

(Algo semejante a lo que ocurre en la película 300 (2007) dirigida por Zack Snyder y basada en la novela gráfica homónima escrita y dibujada por Frank Miller. Al momento de relatar la mítica Batalla de las Termópilas, los espartanos, defensores de la cultura occidental, son retratados con cuerpos bellos y atléticos –apolíneos, para usar un concepto ad hoc– mientras que su contraparte oriental, los persas, son caracterizados como seres horrendos cuya fiereza en batalla es acorde a sus malformaciones congénitas).

A los ojos de los protagonistas, estos villanos tenían un único propósito: sembrar el terror en el mundo. Y eran ellos, nuestros héroes y heroínas, los únicos capaces de liberarnos de aquel mal. Considerando que estos “monos” fueron creados en los 80, ¿se trató todo acaso de una estrategia de la principal potencia mundial para normalizar y justificar su accionar político e imperialista en plena Guerra Fría? Puede ser… Pero insisto: siempre tuvimos la oportunidad de “ser los malos” y pedir la figura de acción de Skeletor para la Navidad, como en mi caso.

Sea como fuese, si durante el día teníamos la posibilidad de fantasear y entretenernos con los dibujos animados, de noche esa misma televisión se encargaba regalarnos un pase libre al cine. Películas censuradas, dobladas e interrumpidas por las correspondientes tandas comerciales, pero aun así la televisión de esos años asumía el desafío de divulgar el séptimo arte de corte hollywodense –algo irelevante hoy, si consideramos la facilidad con la que podemos descargar una película desde Internet–.

Y si en determinada ocasión, por lo general un fin de semana, deseábamos ver alguna película en particular o algún “estreno”, siempre podíamos recurrir al “videoclub de barrio” o al mítico Errol’s más cercano y arrendarla en formato VHS.

Fue en ese contexto en el que desarrollé una singular afición por el cine de ciencia ficción y, por sobre todo, una profunda devoción por el cine de terror. Fueron los años en que me maravillé por primera vez con la saga de Alien (Ridley Scott, El octavo pasajero, 1979; James Cameron, Aliens, 1986; David Fincher, Alien3, 1992), con Depredador (John McTiernan, 1987), y con la dupla de ciborgs protagonistas de Terminator (James Cameron, 1984; El juicio final, 1991) y Robocop (Paul Verhoeven, 1987; con secuelas de los años 1990 y 1993).

A grandes rasgos, todos estos films abordaban las consecuencias del capitalismo y la corrupción política, y proponían a la humanidad como una mera carnada a capturar por alguna especie extraterrestre, con el objetivo de crear a la más letal arma biológica; o como una plaga a exterminar por una imparable máquina, que respondía al desarrollo irreversible de la inteligencia artificial.

El crossover de los cyborgs que sólo se concretó en cómics y videojuegos de 16 bits.

Estas películas, su mayoría contextualizadas en futuros apocalípticos, mezclaban una soterrada crítica social con la ciencia ficción, y alcanzaron un éxito de taquilla tal que hasta el día de hoy Hollywood las explota e insiste en rescatarlas, ofreciendo secuelas, remakes o incluso precuelas, injustificadas en el mayor de los casos.

Sin embargo, siendo niño y viendo estas películas con o sin el consentimiento de mis padres, ese trasfondo difícilmente era algo que percibía o siquiera me interesaba. Lo que calaba hondo eran los deslumbrantes y aterradores diseños de personajes, esos con los cuales tenías pesadillas y que traducía a dibujos en las últimas hojas de mis cuadernos escolares. Una productiva manera, creo, de sublimar esos miedos.

El crossover de las bestias alienígenas que llegó a los videojuegos, el cómic y el cine.

Pero si de miedos se trata, no hubo género cinematográfico que me desvelara más y que me llevara en numerosas ocasiones a dormir con mis padres de madrugada tras despertar de una horrenda pesadilla, como fue el de slashers o serial killers. Y debo confesar que, no obstante mi corta edad, ¡las vi todas! Pero ese tema lo trataremos en la siguiente entrega de esta “caída de carnet” –a mucha honra–.